lunes, 18 de junio de 2012

Escucha el Templo de San Juan Chamula




Cuando era niña escuché relatos sobre el Templo de San Juan Chamula en Chiapas que lo convirtieron en una meca del turismo nacional para mí. La prohibición de fotografiarlo por dentro y el celo que los Chamulas ponen en hacerla cumplir me generó una curiosidad enorme y la determinación de verlo con ojos propios; cuando lo logré encontré que escuchar ese sitio era tanto o más interesante que observarlo. Viajar es llevar los oídos a otros lados.

Atravesamos los puestos y el gentío de la plaza, en la entrada más que emoción por penetrar en el santuario sentía nerviosismo de delincuente porque llevaba  un micrófono dentro del saco para grabar los cantos de los fieles y temía que mi estimado iPod fuera a correr la misma suerte que cuentan sufrieron algunas cámaras fotográficas profanadoras.

Una vez que mis ojos tiranos se saciaron de observar las hileras de velas, los santos de iconografías alternativas, los rostros de devoción y los refrescos consagrados, se cerraron y entonces mis oídos tomaron conciencia del sonido. Parada detrás de una familia escuché el canto entonado a media voz por un padre suplicante. Supongo que cantaba en maya-tsotsil porque yo únicamente entendía cuando nombraba a algún santo cristiano.

Su canto tenía dos partes, cada sección constaba de una frase que se repetía y se repetía facilitando así el estado de concentración adecuado para orar; las secciones tenían métrica contrastante, por lo que el cambio de una sección a otra me generaba una pequeña sacudida rítmica. Así, hincados en el suelo cubierto de hojas, frente las velas, emitían la cíclica melodía con absoluta devoción.

Escuchaba yo con tanta concentración que durante un tiempo, sabrá Dios cuánto, desbancó todos mis pensamientos, no existió para mí otra cosa que esa música que se convirtió en mi universo ¡qué placentera es la contemplación del sonido!

Al dejar ese estado caminé hacia el altar, conforme me acercaba el asombro se tornó en shock, surgió la polifonía: los cantos religiosos por un lado y por el otro la versión más fea de Jingle Bells, la de las series de focos de navidad que adornaban el altar. El canto devocional y el murmullo rezador contaminados por el motivo “oh, blanca navidad” producido por los timbres chafas de la industria china.  Un sincretismo accidental un tanto violento a mis oídos. Nada que ver con el que antaño se produjo en los motetes en náhuatl atribuidos a Hernando Franco.

Conforme me alejaba rumbo a la salida dejé atrás ese extraño sabor sonoro y pude retomar las melodías cargadas de fe y, aunque no fui a misa, pude irme en paz, dando gracias Dios porque las series de focos chinas nunca funcionan más allá de 30 días. 


[Versión original a la publicada en la Revista Cultural Alternativas]

lunes, 21 de mayo de 2012

Sonora libertad tras las rejas



Merecida o inmerecida la pena, en cualquier época y parte del mundo ser un preso es terrible. Los testimonios de la vida cotidiana de los reclusos están plagados de experiencias que nadie desearía tener. Sin embargo, hay una vivencia que los relatos nos muestran como balsámica: la música.

También sabemos que perversamente ha sido un instrumento de tortura, hay que reconocerlo, pero no deseo enfocarme al aspecto cruel de su uso, sino al alivio que produjo y de hecho produce día a día en los condenados. La música es un vehículo de supervivencia emocional para muchos presidiarios.

En las prisiones en las que se ha tolerado la actividad musical han surgido conjuntos instrumentales y coros; internos que dan conciertos y obras hijas de la celda cuyo estreno mundial fue interpretado por reos y aplaudido por custodios. Un ejemplo célebre es el Cuarteto para el fin de los tiempos que Olivier Messiaen creó estando confinado en un campo de prisioneros de guerra en Silesia.

Escribió Viktor E. Frankl, neurólogo y psiquiatra superviviente de los campos de concentración nazis: “No cabe duda que las personas sensibles acostumbradas a una vida intelectual rica sufrieron muchísimo (su constitución era a menudo endeble) pero el daño causado a su ser íntimo fue menor: eran capaces de aislarse del terrible entorno retrotrayéndose a una vida de riqueza interior y libertad espiritual” [1].

La práctica musical nos dota de esa riqueza interior: a nivel físico estimula el trabajo de nuestros hemisferios cerebrales, a nivel emocional nos conecta con nuestros sentimientos permitiéndonos reconocerlos y a nivel intelectual nos colma de símbolos. La libertad íntima no sólo no se pierde siendo un recluso, puede ser potenciada a través del ejercicio del arte sonoro. Incorpórea, la música no pasa controles de seguridad, entra y sale de la cárcel liberando el espíritu de los que se quedan dentro.

Actualmente hay programas gubernamentales con buenos resultados, en España y Argentina por ejemplo, para usar la música como una herramienta terapéutica y de cambio que ayude a la readaptación social de los internos.

Las personas que no estamos purgando una condena también tenemos creencias que nos hacen prisioneras, que producen un auto-secuestro cotidiano. La práctica musical estimula la plasticidad de nuestro cerebro, la conciencia de nosotros mismos y nos ayuda a cambiar estemos donde estemos. Por eso hacer música es una actividad llena de sentido, sea cual sea nuestro estatus penal.


[Versión original de la que fue publicada en la Revista Cultural Alternativas]




[1] FRANKL, Viktor E. El hombre el busca de sentido. Editorial Herder, Barcelona 1991. Pág 44.

sábado, 14 de abril de 2012

Nuestros corridos ¿nuestros espejos?




Se escucha en La Resortera de Los Tigres del Norte “…ahora con cuerno de chivo puedo pelear con cualquiera, yo no le temo a la muerte,  ni al que presuma de fiera. Siempre ando muy bien armado, aunque no soy buscapleitos, el que me la hace la paga…

Francisco Manzo Robledo, doctor en Ingeniería y en Literatura Latinoamericana,  hizo un análisis interesante sobre las letras de nuestros corridos, leer su libro Del Romance Español al Narco Corrido Mexicano ayuda a ver con claridad qué imagen tenemos los mexicanos de aquellos otros mexicanos que merecen ser inmortalizados por un corrido.

Basada en el citado libro, retrato brevemente al protagonista del corrido nacional: el hombre valiente o la mujer “que como un hombre se muere”[1] que posee un arma poderosa, un tino preciso y un medio de transporte potente, antes un buen caballo ahora “una trocona negra con motor rugiente[2]. Un código ético muy particular que le lleva a realizar hazañas que no siempre están bien reconocidas por el derecho mexicano y un “honor”  que frecuentemente es defendido a través de actos poco honorables.  Suelen ser prepotentes e impulsivos, como Hipólito el desairado por Rosita Alvirez.

Dejé fuera de este retrato muchos corridos que han sido escritos en honor de ciertas ciudades, fieles animales, toreros o con fines políticos; me centraré en aquéllos que hablan de “actos de valentía” o hazañas que causan impacto social. En ellos, se llamen Benito Canales o Camelia la Tejana, tenemos un perfil que paradójicamente causa espanto y admiración: el del macho; entendiendo el machismo como una forma de relacionarse basada en una desigualdad de poder y un manejo abusivo del mismo, con independencia del género del abusador y del abusado.

A partir de lo que narran los corridos parecería imprescindible a un mexicano hacerse de poder: dinero, autos, armas y un desprecio por la vida propia y ajena que le da la capacidad de sobreponerse al miedo ante su propia muerte. Lo terrible estriba en que el ejercicio abusivo de esos elementos sobre las demás personas constituye el símbolo del poder por excelencia. En el imaginario del corrido mexicano abuso es dominio.

¿Son nuestros corridos nuestro reflejo? ¿“somos sanguinarios, locos bien ondeados que nos gusta matar”[3]? Parecería por estos textos que los mexicanos somos una banda de prepotentes impulsivos que pasamos el día afirmando nuestra identidad de poderosos abusando de quién se deje.  Me resisto a aceptarlo. Sin embargo, no puedo dejar de observar que la popularidad y ventas de estas canciones superan en México y California a cualquier otro género musical ¿Por qué será?

Me desconcierta este fenómeno contradictorio: por un lado todos hemos sido víctimas de algún tipo de abuso dentro de nuestra casa, en la escuela,  el trabajo o la calle ¡estamos hartos de ser abusados! Por otro lado cantamos, bailamos y compramos los corridos que no hacen más que tener como asunto el ejercicio abusivo del poder, sea institucional o real como el que dan una bazuca y el dinero. Lo increíble es el tono de admiración con el que se representa el machismo. ¿Odiamos ser abusados pero admiramos a los abusadores? ¿porqué ejerce tal fascinación ese reflejo terrible de la “abusivitis” en la que vivimos? No sé la respuesta a estas preguntas, pero tengo una certeza: somos irreflexivos respecto a la música que consumimos.

Estoy segura que entre los 112 millones de mexicanos podemos encontrar muchas hazañas libres de machismo que podamos inmortalizar musicalmente. Comencemos a cantarlas.

[Versión original de la publicada en la Revista Cultural Alternativas]



[1] Frase de También las mujeres pueden, Los Tigres del Norte.
[2] Op. Cit.
[3] Frase de Sanguinarios del M1, Bukanas de Culiacán.

martes, 13 de marzo de 2012

Lengua materna: la música


La ciencia ya demostró que la música tiene múltiples beneficios en el desarrollo de un ser humano, por eso los padres buscan acercar a sus hijos a esta disciplina; en el cómo hacerlo está la clave. He aquí varias ideas que me da la experiencia doble de ser mamá y ser musicóloga.

Entre la música y una persona se desarrolla a lo largo de toda la vida una relación que se profundiza en la medida en que le dedicamos atención y tiempo, igual que en los vínculos amorosos humanos. Las actividades que recomendaré para acercar a los niños a la música son sencillas, gratuitas, divertidas, eficaces y toman pocos minutos.

El punto de partida somos los padres, quienes tenemos que escuchar y amar la música cada día, de ésta manera la convertimos en lengua materna, lo que nos es natural será natural para ellos y a lo largo de los años se le acercarán solos y obtendrán los beneficios.

Muchas personas creen que a los fetos hay que ponerles música con unos audífonos directamente en el vientre, como si no importara que la madre escuchara y compartiera la música con él. Eso equivaldría a pensar que para alimentar al feto hay que meter al útero una sonda con proteínas en lugar de dejar que lo que la madre coma nutra al feto. El impacto emocional que tiene la madre al oír música es una experiencia más enriquecedora para el bebé en gestación que la simple percepción del sonido.

A partir de que el pequeñín nace, y desde antes si es posible, hay que cantarle diario lo que sea, no importa qué, si somos afinados o fuimos repudiados del coro de la secundaria, si la canción es de cuna o una ranchera de ardidos, si nos acordamos con certeza de la letra o tarareamos cada 2 frases porque somos desmemoriados. Fuera inhibiciones: hay que cantar y cantar. La voz de la madre o el padre cantando deja una huella mnémica que además de hacer de la música parte del lenguaje materno, nos vincula amorosamente con el bebé, cosa aún más importante.  

Desde que el recién nacido llega del hospital podemos bailar con él, poner música a volumen medio, cargar al niño en brazos y seguir libremente el ritmo, sin importar lo gracioso de los pasos, preocupándonos únicamente de no caernos con todo y chamaco. Siempre es bueno añadir golpecitos en la espalda que vayan con el pulso de la música y los papás más diestros pueden marcar los pasos acorde a la métrica del compás. Así se empieza y en la medida que el niño desarrolla sus movimientos hay que incorporar a la danza lo que el retoño cachetón ya puede hacer: mover los brazos, dar pasos, etcétera.

Desde que el niño tiene más o menos un año de edad los padres podemos jugar con él a hacer música, no necesitamos comprarle un instrumento musical con 30  botones luminosos que emitan una horripilante versión de el viejo Mac Donald  tenia una granja ia-ia-oo y otros éxitos de la infancia temprana. Cualquier objeto susceptible de ser percutido basta: la cacerola, la mesa, una caja, el garrafón de agua. El punto medular es que Papá o Mamá hagan “música” (ruido dirían otros) junto con el niño; no que lo dejen solo aporreando la cazuela dentro del corralito. Es más estimulante si ponen música y todos llevan el pulso, sin exigirle al niño que lo lleve correctamente, por supuesto.

 Al rededor de los dos años los papás pueden provocar que sus hijos tengan acceso a una amplia cultura musical al ponerles todo tipo de piezas mientras están en casa o durante los trayectos en coche con un sistema de turnos: “escoges una tú, después una yo”. El fin de esto es que disfruten escuchar,  que practiquen su capacidad de decisión y que al mismo tiempo tengan contacto con música nueva,  pues los padres han de poner siempre canciones diferentes, de diversos géneros, para exponerlos a todo tipo de ritmos, estilos, estados emocionales y culturas. Entre más pequeño es un niño mayor será la tendencia a repetir la misma canción en su turno, así que hay que armarse de paciencia y escuchar  20 veces la mausquemarcha o lo que nos pida el chiquito en su turno, pero brindarle la mayor variedad posible cuando el turno sea del adulto.

Cuando logra hablar bien, alrededor de los 2 años y medio, es importante conversar con él sobre música y ayudarle a que verbalice lo que escucha, preguntas tan simples como ¿cuál canción de las que pusimos te gustó más? ¿qué sentiste cuando oíste X pieza? ¿qué te imaginas cuando oyes la canción? Las conversaciones con los niños pequeños duran un minuto, pero son muy importantes.

Hasta aquí he mencionado actividades para padres e hijos en la convivencia cotidiana,  que además se pueden seguir haciendo toda la vida; a través de ellas convertiremos la música en parte del lenguaje materno. Sin embargo, lo ideal es complementarlas, no sustituirlas, con clases de iniciación musical o de ejecución de un instrumento dadas por un profesional en pedagogía musical.

Les aseguro que entre más tiempo expongamos a nuestros hijos a escuchar con atención y gozo más los acercaremos a la música. El meollo del asunto está en hacer juntos todo lo anterior. Compartir con nuestro hijo la música es vincularnos amorosamente con él a través de la música y vincular al niño a la música a través de nuestro amor.

[Versión original de la publicada en la Revista Cultural Alternativas]

lunes, 13 de febrero de 2012

Imaginería Musical: la banda sonora de nuestro inconsciente




Casi todos llevamos una estación de radio interna que involuntariamente se enciende y nos programa música. Un estímulo presente puede detonar un recuerdo musical, por ejemplo, al ver una foto en la que salimos con amigos de la infancia comenzamos a escuchar una canción que muchas veces cantamos con ellos. Sin embargo, puede ser que de pronto y sin buscarlo comencemos a escuchar por dentro, con los oídos de la mente, la música más diversa. Esas piezas musicales son a la vez fragmentos de conciencia que forman parte de nuestra integración con la realidad.

Una persona puede proponerse recrear en la imaginación cualquier obra musical, incluso lograrlo con una precisión e intensidad muy parecidas a la que experimentaría escuchando con los oídos; pero se ha estudiado que la mayor parte de la música que nos programa esa radio mental es involuntaria, no la controlamos ni invocamos a nuestro antojo. Oliver Sacks en su libro Musicofilia: Relatos de la música y el cerebro describe éste fenómeno como imaginería musical. Rebosé de gozo cuando leí que hay científicos que lo han estudiado, descrito y llegado a la misma conclusión que de manera intuitiva llegué yo: esa música siempre es un comunicado de nuestro inconsciente. Un emisario musical que nos trae un mensaje sobre nosotros mismos, sobre cómo nos sentimos ante un hecho o que nos ayuda a completar nuestra percepción de la realidad.

El psicoanalista, melómano y erudito en antropología y literatura Theodor Reik escribió: “Las melodías que te rondan por la mente (…) podrían darle al analista una clave de la vida secreta de las emociones que vive cada uno de nosotros (…) En este canto interior, la voz de un yo desconocido trasmite no sólo estados de ánimo e impulsos pasajeros, sino a veces un deseo reprimido o un anhelo (…) Sea cual sea el mensaje que lleva, la música incidental que acompaña nuestro pensamiento consciente nunca es accidental”.[1]

Tengo un millón de anécdotas sobre mi imaginería musical involuntaria, más las que se acumulen esta semana, comparto algunas: hace 16 años, cuando conocí la Pasión según San Mateo de Bach pasé durante días escuchando una de sus arias en mi mente, una y otra vez; finalmente compré el CD y al leer en el librito que acompaña el disco la traducción del texto en alemán, idioma que desconozco, encontré que eso que decía el aria describía un problema que yo no atinaba cómo resolver; ese momento de conciencia desató un nudo en mi vida. Hace poco me despertó por la noche una canción que sonaba repetidamente dentro de mi cabeza tan fuerte como si un vecino imprudente hubiera puesto a tope su estéreo, la música no cesó de repetirse, por más que lo deseé, hasta que la interrogué y encontré porqué mi inconsciente me estaba dando semejante serenata, solo entonces pude volver a dormir.

Escucho todo tipo de piezas: obras de todas las épocas y todos los géneros, música instrumental o canciones, que son los mensajes más fáciles de descifrar por que tienen un texto de donde asirse, incluso piezas que detesto y que quisiera extirpar de mi cabeza rápidamente. Ahora sé que cada obra que mi estación de radio interna me programa no es fruto de la casualidad o de la inocente memoria; es un código musical que al analizarlo ilumina un poco de mi inconsciente, es un excipiente para el autoconocimiento. Seguramente para ti también, escúchate con atención.

[Versión original de la publicada en la Revista Cultural Alternativas]



[1] Citado en el libro de Oliver Sacks.