martes, 15 de diciembre de 2015

Eco


El eco de la fuente de la vida es una flor abierta, el pasmo de un beso que se escapa de la finitud y se eterniza, una mirada intensa, una promesa fantástica, el impacto de la luna sobre mi marea, el silencio que permite escuchar al todo vibrando. Un ser vivo es el eco de un orgasmo, de los átomos inquietos que han brincado incesantemente de un lado a otro para crearnos la ilusión de la materia, del espejo que refleja la mortalidad. El alma de un ser vivo es el eco de un deseo encarnado pero inconcluso, de la risa del primer niño brincando, del aroma de la madre de todas las madres y los brazos del padre de todos los padres. El deseo es el eco de la intimidad creada por el espacio entre tu nariz y la mía, de la supervivencia vehemente, de la incontinencia irracional, de la luz que no siempre seguimos, del calor que nos conmina, del sonido que presiente el futuro porque a futuro no quedará más que sonido, el sonido es el eco de la vida vibrando.
Liz Espinosa Terán, Junio de 2015.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Divertimento reflexivo sobre la transferencia de la música

¿Dónde habrá aleteado la mariposa que me causó un tsunami en el alma? Eso me pregunto cada vez que escucho una pieza musical que me transforma. Hay algunas que después de escucharlas te cambian la vida, otra especie de a.c. y d.c.  —antes y después de tal o cuál canción o,  para no vernos restrictivos, de la audición de cualquier obra musical—.

La realidad se transforma cuando cambiamos la narrativa sobre ella, es decir, cuando nos contamos nuestra propia historia desde otra perspectiva. Cada vez que re interpretamos el pasado, el presente se torna diferente. La música tiene el poder para darnos nuevas perspectivas desde las cuales narrarnos, intuyo que eso se debe a que porta la energía con la que se creó y allí donde se vierte el sonido se vierte también la carga energética, emocional y simbólica que la gestó.

Para ejemplificar lo anterior, imaginemos que algún día de 1824 un compositor cargado de rebeldía por los abusos del poder, y a la vez plenamente consciente de la dignidad humana, introdujo más notas de las esperadas en un acorde y lo enlazó con otro y otro y otro más de forma tan peculiar que el resultado musical fue un furioso grito de ¡Basta! seguido por la euforia de reconocer la fraternidad que nos iguala, nos dignifica y hace que la libertad sea el supuesto ético para convivir. La carga energética, emocional y simbólica de esa obra resuena por simpatía en el interior de todos los oyentes que en los años posteriores se han sentido impotentes, abusados, furiosos y, a la vez, merecedores de mejor trato, acreedores también de la alegría que produce todo aquello que ennoblece a las personas. Aquel hombre, Ludwig Van Beethoven,  emitió un revoloteo rítmico y melódico en el S. XIX  que retumbó en el S. XX mientras caía el muro de Berlín, hace 26 años.

Creo que las personas sensibles a la música no podemos vivir suponiendo ingenuamente que lo que escuchamos solo introduce sonidos en nuestra psique y provoca reacciones neurológicas en el cuerpo. Recibimos, además, el hálito del primer beso que le hizo saber al compositor que era digno de amor, o la contracción de sus entrañas ante la ira que sintió cuando lo educaron a palos, el tremor de sus orgasmos, la impotencia de una mente sagaz en un cuerpo discapacitado, el rítmico movimiento de las hojas que contempló durante un paseo por el bosque, la evanescencia del humo de la vela que apagó antes de ir a dormir y su intuición sobre el canto del creador que mora mas allá de la bóveda estrellada.

Todo lo que escuchamos nos inspira y nutre, es un potencial agente de resignificación y cambio, porque el viento sutil que produce una mariposa cuando bate sus alas puede llegar a ser un milagro en nuestra vida, por eso es tan importante saber elegir qué escuchar.

[Versión orgininal del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en la Revista Cultural Alternativas en Diciembre de 2015]