martes, 13 de marzo de 2012

Lengua materna: la música


La ciencia ya demostró que la música tiene múltiples beneficios en el desarrollo de un ser humano, por eso los padres buscan acercar a sus hijos a esta disciplina; en el cómo hacerlo está la clave. He aquí varias ideas que me da la experiencia doble de ser mamá y ser musicóloga.

Entre la música y una persona se desarrolla a lo largo de toda la vida una relación que se profundiza en la medida en que le dedicamos atención y tiempo, igual que en los vínculos amorosos humanos. Las actividades que recomendaré para acercar a los niños a la música son sencillas, gratuitas, divertidas, eficaces y toman pocos minutos.

El punto de partida somos los padres, quienes tenemos que escuchar y amar la música cada día, de ésta manera la convertimos en lengua materna, lo que nos es natural será natural para ellos y a lo largo de los años se le acercarán solos y obtendrán los beneficios.

Muchas personas creen que a los fetos hay que ponerles música con unos audífonos directamente en el vientre, como si no importara que la madre escuchara y compartiera la música con él. Eso equivaldría a pensar que para alimentar al feto hay que meter al útero una sonda con proteínas en lugar de dejar que lo que la madre coma nutra al feto. El impacto emocional que tiene la madre al oír música es una experiencia más enriquecedora para el bebé en gestación que la simple percepción del sonido.

A partir de que el pequeñín nace, y desde antes si es posible, hay que cantarle diario lo que sea, no importa qué, si somos afinados o fuimos repudiados del coro de la secundaria, si la canción es de cuna o una ranchera de ardidos, si nos acordamos con certeza de la letra o tarareamos cada 2 frases porque somos desmemoriados. Fuera inhibiciones: hay que cantar y cantar. La voz de la madre o el padre cantando deja una huella mnémica que además de hacer de la música parte del lenguaje materno, nos vincula amorosamente con el bebé, cosa aún más importante.  

Desde que el recién nacido llega del hospital podemos bailar con él, poner música a volumen medio, cargar al niño en brazos y seguir libremente el ritmo, sin importar lo gracioso de los pasos, preocupándonos únicamente de no caernos con todo y chamaco. Siempre es bueno añadir golpecitos en la espalda que vayan con el pulso de la música y los papás más diestros pueden marcar los pasos acorde a la métrica del compás. Así se empieza y en la medida que el niño desarrolla sus movimientos hay que incorporar a la danza lo que el retoño cachetón ya puede hacer: mover los brazos, dar pasos, etcétera.

Desde que el niño tiene más o menos un año de edad los padres podemos jugar con él a hacer música, no necesitamos comprarle un instrumento musical con 30  botones luminosos que emitan una horripilante versión de el viejo Mac Donald  tenia una granja ia-ia-oo y otros éxitos de la infancia temprana. Cualquier objeto susceptible de ser percutido basta: la cacerola, la mesa, una caja, el garrafón de agua. El punto medular es que Papá o Mamá hagan “música” (ruido dirían otros) junto con el niño; no que lo dejen solo aporreando la cazuela dentro del corralito. Es más estimulante si ponen música y todos llevan el pulso, sin exigirle al niño que lo lleve correctamente, por supuesto.

 Al rededor de los dos años los papás pueden provocar que sus hijos tengan acceso a una amplia cultura musical al ponerles todo tipo de piezas mientras están en casa o durante los trayectos en coche con un sistema de turnos: “escoges una tú, después una yo”. El fin de esto es que disfruten escuchar,  que practiquen su capacidad de decisión y que al mismo tiempo tengan contacto con música nueva,  pues los padres han de poner siempre canciones diferentes, de diversos géneros, para exponerlos a todo tipo de ritmos, estilos, estados emocionales y culturas. Entre más pequeño es un niño mayor será la tendencia a repetir la misma canción en su turno, así que hay que armarse de paciencia y escuchar  20 veces la mausquemarcha o lo que nos pida el chiquito en su turno, pero brindarle la mayor variedad posible cuando el turno sea del adulto.

Cuando logra hablar bien, alrededor de los 2 años y medio, es importante conversar con él sobre música y ayudarle a que verbalice lo que escucha, preguntas tan simples como ¿cuál canción de las que pusimos te gustó más? ¿qué sentiste cuando oíste X pieza? ¿qué te imaginas cuando oyes la canción? Las conversaciones con los niños pequeños duran un minuto, pero son muy importantes.

Hasta aquí he mencionado actividades para padres e hijos en la convivencia cotidiana,  que además se pueden seguir haciendo toda la vida; a través de ellas convertiremos la música en parte del lenguaje materno. Sin embargo, lo ideal es complementarlas, no sustituirlas, con clases de iniciación musical o de ejecución de un instrumento dadas por un profesional en pedagogía musical.

Les aseguro que entre más tiempo expongamos a nuestros hijos a escuchar con atención y gozo más los acercaremos a la música. El meollo del asunto está en hacer juntos todo lo anterior. Compartir con nuestro hijo la música es vincularnos amorosamente con él a través de la música y vincular al niño a la música a través de nuestro amor.

[Versión original de la publicada en la Revista Cultural Alternativas]

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