miércoles, 9 de julio de 2014

Los eslabones perdidos


Nacimos sin internet, en nuestra infancia el correo nos forzaba a esperar semanas para recibir una carta de papel con una tipografía que era el rostro entintado del corresponsal, a veces ilegible. Un sistema de mensajería involucraba a una persona que llevaba “recados” y paquetes de un lugar a otro. Escribíamos con plumas y lápices, conversábamos en presencia de los interlocutores o escuchábamos su voz al teléfono. Las fotos se sacaban de 24 en 24 y uno tenía que esperar el revelado para poderlas desechar en caso de que no pasaran nuestra autocensura. Teníamos que ir al cine o conformarnos con las películas que nos programaban en la televisión abierta. Para disfrutar de la música íbamos a conciertos y solo podíamos comprar los boletos en taquilla. También la escuchábamos en casa a través de un reproductor de discos LP y casettes o la radio dentro del auto. Nacimos en otro mundo. 

Un disco LP era un bien precioso y delicado, se podía rayar u ondular con facilidad generando unas versiones alternativas a la música original poco deseables. Los discos tenían un lugar en el librero y una buena colección podía ocupar varios metros. Los había que solo se conseguían de importación, era necesaria una peregrinación a una tienda especializada para poder comprarlos. Allí te atendía un ser humano, por lo general un melómano que te recomendaba alguna versión o te hablaba de las novedades. Ir a la tienda era todo un paseo, una buena manera de pasar una tarde lluviosa mirando toda la música que uno deseaba tener pero no podía hacerlo. Los discos se buscaban, se sacaban, se tocaban, había algo erótico en el simple hecho de manosearlos a todos e imaginar qué tendrían dentro; como venían envueltos en plástico siempre nos generaban la duda, hasta comprarlo, de qué tan completa sería la información que contenía el papel, a veces folleto, que tenían dentro.  Los que nacimos sin dispositivos electrónicos personales sabemos que todo ese esfuerzo detrás de poseer la música, pasar las yemas de los dedos por los surcos del plástico y cuidar que la aguja caiga en el lugar preciso potenciaba el placer de la escucha.

En este mundo afortunado aún tenemos la opción de tener experiencias intensas, experiencias que involucren más que el sentido de la vista y del oído que son los que normalmente se estimulan a través de un dispositivo electrónico. Una experiencia musical en vivo es rica en significados no solo por la música que escuchamos, sino porque podemos ver cómo son los instrumentos, cuándo están tocando, qué nos dice el lenguaje corporal del intérprete y cómo nos retumban las vibraciones en las entrañas al punto de sentir que el sonido se materializa cuando estamos frente a una orquesta. Escuchar música en vivo es un acto comunitario en el que el público se involucra con el artista, convive con otros seres humanos y ejercita durante dos horas su tolerancia y su buena disposición a convivir de forma cordial o cuando menos de forma ordenada.

Por más fotos y videos que se puedan enviar rápidamente a través de una App nunca caerán más sabrosos que un abrazo. Por más música que podamos almacenar en un dispositivo electrónico jamás su escucha nos dará el placer del sonido vivo, de la cascada de vibraciones que se desprenden ante la presencia de un instrumento aún cuando su intérprete sea mediocre. Nosotros tenemos el poder de elegir cómo escuchar, las experiencias musicales más intensas requieren un mayor esfuerzo por nuestra parte, es verdad, pero vale la pena hacerlo. Cuando la oferta cultural nos brinde música en vivo no perdamos la oportunidad de experimentarla plenamente.

Nosotros, los que tenemos entre 40 y 60 años, somos los eslabones perdidos entre el LP y el iPod, los que disfrutamos de aquel mundo y disfrutamos también de éste; los últimos en testimoniar a aquél con plena conciencia de que, a pesar de que involucraba mayor esfuerzo, era placentero, ni mejor, ni peor. Nosotros necesitamos enseñar a los más jóvenes que participar en un acto comunitario y artístico llamado concierto es la mejor y más significativa forma de escuchar música.

[Versión original del artículo publicado en la Revista Cultural Alternativas en Julio de 2014]