lunes, 29 de febrero de 2016

Bésame mucho

Pocas delicias como alojar los labios en los labios de otro, borrar la distancia higiénica entre narices, anudarse con los brazos, reconocerse con la lengua y sentir en el pecho dos pulsos cardiacos. Por eso los besos brotan una y otra vez, y otra vez, y otra, y bueno ¿porqué no? otra vez más; porque transforman dos deseos, o dos amores, en uno.

Bésame mucho, la canción de Consuelito Velázquez, tiene el poder de evocar esa polirritmia salivosa que no se conforma con suceder una sola vez, aunque esa vez haya sido uno de esos besos que trascienden la demencia senil y se recuerdan a pesar de haber olvidado para qué sirve un tenedor.  Urge repetir los besos porque nos hacen constatar la entrega del otro y disipan ese miedo a “tenerle y perderle después”.

Fue grabada por Emilio Tuero en 1941 y de inmediato se convirtió en un éxito internacional del que se hicieron versiones en varios idiomas. Probablemente porque que el mundo en qué nació estaba en guerra y había millares de despedidas, de amantes que sentían el apremio de quedarse resguardados entre dos comisuras antes de partir “lejos, muy lejos de allí”.

Al parecer tenía la tierna edad de 16 años, según otras fuentes de 24, cuando Consuelito desahogaba el deseo cantando “quiero tenerte muy cerca, mirarme en tus ojos…”  sin saber que con ello estaba sembrando el árbol de las regalías que le daría frutos toda la vida, porque ésta pieza cerró el siglo XX con el récord de ser la canción en español con más versiones grabadas. Más allá del bolero, hay en todos los estilos: jazzeadas, rancheras, flamencas, al estilo de las grandes bandas y de las bandas sinaloenses; para discoteca o bar lounge; a ritmo de ska, rap, salsa, bossa nova o mambo; para orquesta, solista o conjunto vocal a capella…

Es un fenómeno, pareciera que durante los últimos 70 años no hay artista que se resista a interpretarla. Entre todos forman una enorme lista donde conviven cantantes y ejecutantes que solo han podido comulgar a través del rito del Bésamemucho. Solo así se explica que, Andrea Bocelli, La Original Banda el Limón, The Beatles, Vicente Fernández, Wes Montgomery, Voz en punto, Dámaso Pérez Prado, Inspector y Tomatito aparezcan reunidos en ella.

Tomo el caso de esta canción para hacer una pequeña reflexión: comenzaré por distinguir una interpretación de un “cover”, como coloquialmente se llama en inglés a la recreación de una obra musical. Cuando alguien canta Bésame mucho respetando el uso de los elementos de la música tal cual los dispuso su compositora, procurando ser fiel a la partitura aunque le inserte algún arreglo coquetón, entonces produce una interpretación. Por ejemplo, la hermosa de  Cesária Évora. Si, al contrario, un músico toma como base esta canción y la transforma variando sus elementos, por ejemplo el ritmo, la melodía o el timbre, de forma que le imprime algo de original, eso es una recreación, una nueva versión, como la de Dave Brubeck que es un deleite porque respeta el espíritu de Bésame mucho pero nos lleva más allá, nos da un “algo más” que no nos daría otro artista.

Desde luego que no todas las versiones son buenas, varias son una repetición descafeinada, pretensiosa y fallida. No tiene sentido hacer un “cover” carente de originalidad. Por eso cabe la pregunta:  ¿en qué forma se pueden variar los elementos para recrear una pieza y lograr que el resultado sea interesante? Habría que tomar el toro por los cuernos y grabar algo que aporte una perspectiva nueva, de lo contrario, lo único que se logra es aburrir a la gente y entonces sería mejor encontrar otra cosa que hacer, ir a repartir unos cuantos besos, por ejemplo, para recibir algo de inspiración.

[Versión original del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en la Revista Cultural Alternativas el mes de marzo de 2016]



viernes, 5 de febrero de 2016

Rock, el otro Eje de la “modernidad leonesa”

La idea de un León “moderno”, es decir, de una ciudad que cambia su estilo de vida tradicional y abraza el ritmo y el estilo de vida de una metrópoli renovada, surgió en los años sesenta del siglo pasado. Un referente obligado para situar ésta transformación es la construcción del Eje López Mateos, obra pública altamente controvertida por los habitantes de la ciudad, inaugurada en 1964, que fue anunciada como la llegada de la modernidad a nuestra ciudad zapatera. 

El Eje queda como cicatriz utilitaria y simbólica de una ruptura, no solo de la traza de la ciudad que hacía confluir todos los barrios hacia el centro, sino de un estilo de vida donde toda diligencia comercial o social se resolvía en la plaza principal y sus alrededores, donde “todos eran conocidos”,  las familias convivían sin tanta prisa,  había un acuerdo más o menos común en la jerarquía de valores y un índice delictivo bajo.

Esos años de “adolescencia urbana” tienen su propia banda sonora, música que, al igual que el Eje, queda en la memoria como “lo moderno”, eso que se estaba escuchando mientras la ciudad adquiría una nueva identidad. De pronto, en la sala de las casas, el deseo desesperado de Pedro Vargas de que quede el infinito sin estrellas o que pierda el ancho mar su inmensidad pero el negro de unos ojos que no muera, fue rebasado en volumen por el de los Locos del ritmo que observaban caminar a una chica alborotada, un poquito alocada, que falda a la rodilla enseñaba la pantorrilla.

Los Locos del Ritmo fue la primera agrupación mexicana de rock (1959). Sus letras expresaban la necesidad de ruptura con tradición: “Les mostraremos a los viejos que amargados toditos están y aunque digan que tocamos música infernal… aviéntense todos”. La búsqueda de nuevos estereotipos de musas que pasaron de la “mujer divina, alabastrina” de Agustín Lara a la que: “… le gusta usar la falda sobre la rodilla, por coqueta y resbalosa le dicen la mantequilla, y todos se derriten llenos de emoción cuando la mantequilla baila rock and roll”. Exponían una conducta sexual que, para entonces, estaba socialmente velada: “Qué dirían de mi, que dirían de ti, que diría la gente si me viera todo el día haciéndote el amor…”  Al parecer los educadores leoneses en la década de los sesenta hacían advertencias moralistas sobre estos contenidos pero simultáneamente hacían la vista gorda y ponían los oídos prestos para escuchar rock.

Las estaciones de radio locales programaban a Los Rebeldes del Rock, Los Teen Tops, Los Black Jeans, después conocidos como Los Camisas Negras, y a los Hermanos Carrión. Los años sesenta también fueron de Jazz y de Bossa Nova, sin embargo, en León ambos estilos musicales  eran apreciados solo por un grupo pequeño de perfil más bien intelectual. Desde luego que, como en el resto de mundo, Elvis Presley o The Beatles sonaban por la mayoría de las consolas de madera situadas en la sala de las casas de esta ciudad en plena transformación.  Dime, León, qué escuchabas y te diré quién eras.

Ahora ya no somos todos conocidos, no ubicamos una estirpe de apellidos cuando nos presentan a alguien, no vamos a todos lados caminando, no nos sobra tiempo para charlar cuando nos encontramos en la plaza, no nos sentamos a escuchar música en sala de la casa, somos otros. Dime, León, qué escuchas y te diré quién eres.

[Versión original del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en la Revista Cultural alternativas el mes de Febrero de 2016]