jueves, 12 de mayo de 2016

Música para la Resiliencia

El dolor es una prisión hedionda, una intolerable cuenta de segundos en el mundo de las cifras infinitas;  un hachazo de conciencia entre el significado del “antes” y del “después”, pero el dolor es también un animal metamórfico que puede transformarse en amargura, en coraje, en inadaptación o puede adoptar la forma de empatía humanitaria, de entereza, de activismo o de arte. La gran mayoría de las veces no decidimos sufrir, nos toca padecer y punto. Lo que sí podemos decidir es qué hacer con el sufrimiento: convertirlo en un pretexto para sabotearnos la existencia o en un recurso para tener a futuro una vida más satisfactoria.

La psicología ha adoptado de la física la palabra resiliencia para describir la capacidad de afrontar la adversidad y salir fortalecido. El neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo francés Boris Cyrulnik se refiere a ella como la capacidad para retomar el desarrollo después de una agresión traumática, sea física o afectiva, social o cultural. Insiste en que la resiliencia no depende únicamente del sujeto que padeció el choque emocional, sino de su entorno afectivo y social. Es indispensable que la persona afectada pueda apoyarse en otros seres que la contengan y la acompañen para que logre ser resiliente.  También la música puede ser usada como un vehículo para la resiliencia en diferentes formas.

La música puede facilitar ese vínculo que necesitamos para sentirnos acompañados en el proceso de superación de un evento traumático. Cyrulnik dice que una canción, por ejemplo, es un medio para que dos personas puedan contar una historia que cuesta trabajo relatar y que además podría incomodar a quien la oye porque su crudeza produciría un dolor tan grande que uno no tendría fuerzas para expresarlo y el otro para recibirlo. La escucha de la canción establece un vínculo entre ambas alrededor del evento a superar. El vínculo es la condición inicial para que la persona que sufre pueda ser resiliente: conectarse con otro ser humano empático y recibir compañía. Es extremadamente difícil ser resiliente en soledad.

La imaginación y la creatividad musical son recursos para sobreponerse a periodos de dolor físico o emocional. Se ha estudiando, según Cyrulnik, que varios cineástas, escritores, pintores y músicos fueron niños resilientes, porque es en el albergue de lo imaginario donde se puede soportar el horror de lo real, porque ese lugar idílico y hermoso que esta en nuestra mente nadie nos lo puede arrebatar.  Refugiarse en la ensoñación, acto tan característico entre las personas creativas, no es privativo de los artistas. Todos podemos ser abrigados por la música y sanar escuchando o creando música, no hace falta saber solfeo o tener un instrumento para para percutir cazuelas y puertas, o para cantar un tremendo “auch de pecho”. La música es terapéutica porque expresa, contiene, acompaña y transmuta una lesión en sonido.

A veces la obra musical funciona como el mensajero que nos indica el dolor cuando ni nosotros mismos podemos verlo porque se nos hace como un monstruo tan feo y tan fuerte que preferimos atraparlo en el cajón de la inconsciencia y ponerle un candado. Ese monstruo prisionero cada vez se enoja más, da alaridos y una lata tan tremenda que hasta puede llegar a enfermarnos. La música es la lámpara para que alumbremos el bestiario del alma. Es una compañera para quitar cerrojos, sacar al monstruo, contemplarlo y ver que no quiere arruinarnos el día, solo quiere un abrazo, porque aunque sea tan monstruoso es parte de nosotros. Entonces la música, esa que se te clava como puñal en el corazón, te está diciendo: tu también necesitas un enorme abrazo. Y ese es el momento de salir a buscar unos brazos amorosos que soporten tu dolor, unos ojos que te miren con fe y unos labios que, antes de besarte, te digan convencidos: vas a estar bien.


[Versión original de artículo publicado por Liz Espinosa Terán para 
la Revista Cultural Alternativas en Mayo de 2016]