sábado, 14 de abril de 2012

Nuestros corridos ¿nuestros espejos?




Se escucha en La Resortera de Los Tigres del Norte “…ahora con cuerno de chivo puedo pelear con cualquiera, yo no le temo a la muerte,  ni al que presuma de fiera. Siempre ando muy bien armado, aunque no soy buscapleitos, el que me la hace la paga…

Francisco Manzo Robledo, doctor en Ingeniería y en Literatura Latinoamericana,  hizo un análisis interesante sobre las letras de nuestros corridos, leer su libro Del Romance Español al Narco Corrido Mexicano ayuda a ver con claridad qué imagen tenemos los mexicanos de aquellos otros mexicanos que merecen ser inmortalizados por un corrido.

Basada en el citado libro, retrato brevemente al protagonista del corrido nacional: el hombre valiente o la mujer “que como un hombre se muere”[1] que posee un arma poderosa, un tino preciso y un medio de transporte potente, antes un buen caballo ahora “una trocona negra con motor rugiente[2]. Un código ético muy particular que le lleva a realizar hazañas que no siempre están bien reconocidas por el derecho mexicano y un “honor”  que frecuentemente es defendido a través de actos poco honorables.  Suelen ser prepotentes e impulsivos, como Hipólito el desairado por Rosita Alvirez.

Dejé fuera de este retrato muchos corridos que han sido escritos en honor de ciertas ciudades, fieles animales, toreros o con fines políticos; me centraré en aquéllos que hablan de “actos de valentía” o hazañas que causan impacto social. En ellos, se llamen Benito Canales o Camelia la Tejana, tenemos un perfil que paradójicamente causa espanto y admiración: el del macho; entendiendo el machismo como una forma de relacionarse basada en una desigualdad de poder y un manejo abusivo del mismo, con independencia del género del abusador y del abusado.

A partir de lo que narran los corridos parecería imprescindible a un mexicano hacerse de poder: dinero, autos, armas y un desprecio por la vida propia y ajena que le da la capacidad de sobreponerse al miedo ante su propia muerte. Lo terrible estriba en que el ejercicio abusivo de esos elementos sobre las demás personas constituye el símbolo del poder por excelencia. En el imaginario del corrido mexicano abuso es dominio.

¿Son nuestros corridos nuestro reflejo? ¿“somos sanguinarios, locos bien ondeados que nos gusta matar”[3]? Parecería por estos textos que los mexicanos somos una banda de prepotentes impulsivos que pasamos el día afirmando nuestra identidad de poderosos abusando de quién se deje.  Me resisto a aceptarlo. Sin embargo, no puedo dejar de observar que la popularidad y ventas de estas canciones superan en México y California a cualquier otro género musical ¿Por qué será?

Me desconcierta este fenómeno contradictorio: por un lado todos hemos sido víctimas de algún tipo de abuso dentro de nuestra casa, en la escuela,  el trabajo o la calle ¡estamos hartos de ser abusados! Por otro lado cantamos, bailamos y compramos los corridos que no hacen más que tener como asunto el ejercicio abusivo del poder, sea institucional o real como el que dan una bazuca y el dinero. Lo increíble es el tono de admiración con el que se representa el machismo. ¿Odiamos ser abusados pero admiramos a los abusadores? ¿porqué ejerce tal fascinación ese reflejo terrible de la “abusivitis” en la que vivimos? No sé la respuesta a estas preguntas, pero tengo una certeza: somos irreflexivos respecto a la música que consumimos.

Estoy segura que entre los 112 millones de mexicanos podemos encontrar muchas hazañas libres de machismo que podamos inmortalizar musicalmente. Comencemos a cantarlas.

[Versión original de la publicada en la Revista Cultural Alternativas]



[1] Frase de También las mujeres pueden, Los Tigres del Norte.
[2] Op. Cit.
[3] Frase de Sanguinarios del M1, Bukanas de Culiacán.

martes, 13 de marzo de 2012

Lengua materna: la música


La ciencia ya demostró que la música tiene múltiples beneficios en el desarrollo de un ser humano, por eso los padres buscan acercar a sus hijos a esta disciplina; en el cómo hacerlo está la clave. He aquí varias ideas que me da la experiencia doble de ser mamá y ser musicóloga.

Entre la música y una persona se desarrolla a lo largo de toda la vida una relación que se profundiza en la medida en que le dedicamos atención y tiempo, igual que en los vínculos amorosos humanos. Las actividades que recomendaré para acercar a los niños a la música son sencillas, gratuitas, divertidas, eficaces y toman pocos minutos.

El punto de partida somos los padres, quienes tenemos que escuchar y amar la música cada día, de ésta manera la convertimos en lengua materna, lo que nos es natural será natural para ellos y a lo largo de los años se le acercarán solos y obtendrán los beneficios.

Muchas personas creen que a los fetos hay que ponerles música con unos audífonos directamente en el vientre, como si no importara que la madre escuchara y compartiera la música con él. Eso equivaldría a pensar que para alimentar al feto hay que meter al útero una sonda con proteínas en lugar de dejar que lo que la madre coma nutra al feto. El impacto emocional que tiene la madre al oír música es una experiencia más enriquecedora para el bebé en gestación que la simple percepción del sonido.

A partir de que el pequeñín nace, y desde antes si es posible, hay que cantarle diario lo que sea, no importa qué, si somos afinados o fuimos repudiados del coro de la secundaria, si la canción es de cuna o una ranchera de ardidos, si nos acordamos con certeza de la letra o tarareamos cada 2 frases porque somos desmemoriados. Fuera inhibiciones: hay que cantar y cantar. La voz de la madre o el padre cantando deja una huella mnémica que además de hacer de la música parte del lenguaje materno, nos vincula amorosamente con el bebé, cosa aún más importante.  

Desde que el recién nacido llega del hospital podemos bailar con él, poner música a volumen medio, cargar al niño en brazos y seguir libremente el ritmo, sin importar lo gracioso de los pasos, preocupándonos únicamente de no caernos con todo y chamaco. Siempre es bueno añadir golpecitos en la espalda que vayan con el pulso de la música y los papás más diestros pueden marcar los pasos acorde a la métrica del compás. Así se empieza y en la medida que el niño desarrolla sus movimientos hay que incorporar a la danza lo que el retoño cachetón ya puede hacer: mover los brazos, dar pasos, etcétera.

Desde que el niño tiene más o menos un año de edad los padres podemos jugar con él a hacer música, no necesitamos comprarle un instrumento musical con 30  botones luminosos que emitan una horripilante versión de el viejo Mac Donald  tenia una granja ia-ia-oo y otros éxitos de la infancia temprana. Cualquier objeto susceptible de ser percutido basta: la cacerola, la mesa, una caja, el garrafón de agua. El punto medular es que Papá o Mamá hagan “música” (ruido dirían otros) junto con el niño; no que lo dejen solo aporreando la cazuela dentro del corralito. Es más estimulante si ponen música y todos llevan el pulso, sin exigirle al niño que lo lleve correctamente, por supuesto.

 Al rededor de los dos años los papás pueden provocar que sus hijos tengan acceso a una amplia cultura musical al ponerles todo tipo de piezas mientras están en casa o durante los trayectos en coche con un sistema de turnos: “escoges una tú, después una yo”. El fin de esto es que disfruten escuchar,  que practiquen su capacidad de decisión y que al mismo tiempo tengan contacto con música nueva,  pues los padres han de poner siempre canciones diferentes, de diversos géneros, para exponerlos a todo tipo de ritmos, estilos, estados emocionales y culturas. Entre más pequeño es un niño mayor será la tendencia a repetir la misma canción en su turno, así que hay que armarse de paciencia y escuchar  20 veces la mausquemarcha o lo que nos pida el chiquito en su turno, pero brindarle la mayor variedad posible cuando el turno sea del adulto.

Cuando logra hablar bien, alrededor de los 2 años y medio, es importante conversar con él sobre música y ayudarle a que verbalice lo que escucha, preguntas tan simples como ¿cuál canción de las que pusimos te gustó más? ¿qué sentiste cuando oíste X pieza? ¿qué te imaginas cuando oyes la canción? Las conversaciones con los niños pequeños duran un minuto, pero son muy importantes.

Hasta aquí he mencionado actividades para padres e hijos en la convivencia cotidiana,  que además se pueden seguir haciendo toda la vida; a través de ellas convertiremos la música en parte del lenguaje materno. Sin embargo, lo ideal es complementarlas, no sustituirlas, con clases de iniciación musical o de ejecución de un instrumento dadas por un profesional en pedagogía musical.

Les aseguro que entre más tiempo expongamos a nuestros hijos a escuchar con atención y gozo más los acercaremos a la música. El meollo del asunto está en hacer juntos todo lo anterior. Compartir con nuestro hijo la música es vincularnos amorosamente con él a través de la música y vincular al niño a la música a través de nuestro amor.

[Versión original de la publicada en la Revista Cultural Alternativas]

lunes, 13 de febrero de 2012

Imaginería Musical: la banda sonora de nuestro inconsciente




Casi todos llevamos una estación de radio interna que involuntariamente se enciende y nos programa música. Un estímulo presente puede detonar un recuerdo musical, por ejemplo, al ver una foto en la que salimos con amigos de la infancia comenzamos a escuchar una canción que muchas veces cantamos con ellos. Sin embargo, puede ser que de pronto y sin buscarlo comencemos a escuchar por dentro, con los oídos de la mente, la música más diversa. Esas piezas musicales son a la vez fragmentos de conciencia que forman parte de nuestra integración con la realidad.

Una persona puede proponerse recrear en la imaginación cualquier obra musical, incluso lograrlo con una precisión e intensidad muy parecidas a la que experimentaría escuchando con los oídos; pero se ha estudiado que la mayor parte de la música que nos programa esa radio mental es involuntaria, no la controlamos ni invocamos a nuestro antojo. Oliver Sacks en su libro Musicofilia: Relatos de la música y el cerebro describe éste fenómeno como imaginería musical. Rebosé de gozo cuando leí que hay científicos que lo han estudiado, descrito y llegado a la misma conclusión que de manera intuitiva llegué yo: esa música siempre es un comunicado de nuestro inconsciente. Un emisario musical que nos trae un mensaje sobre nosotros mismos, sobre cómo nos sentimos ante un hecho o que nos ayuda a completar nuestra percepción de la realidad.

El psicoanalista, melómano y erudito en antropología y literatura Theodor Reik escribió: “Las melodías que te rondan por la mente (…) podrían darle al analista una clave de la vida secreta de las emociones que vive cada uno de nosotros (…) En este canto interior, la voz de un yo desconocido trasmite no sólo estados de ánimo e impulsos pasajeros, sino a veces un deseo reprimido o un anhelo (…) Sea cual sea el mensaje que lleva, la música incidental que acompaña nuestro pensamiento consciente nunca es accidental”.[1]

Tengo un millón de anécdotas sobre mi imaginería musical involuntaria, más las que se acumulen esta semana, comparto algunas: hace 16 años, cuando conocí la Pasión según San Mateo de Bach pasé durante días escuchando una de sus arias en mi mente, una y otra vez; finalmente compré el CD y al leer en el librito que acompaña el disco la traducción del texto en alemán, idioma que desconozco, encontré que eso que decía el aria describía un problema que yo no atinaba cómo resolver; ese momento de conciencia desató un nudo en mi vida. Hace poco me despertó por la noche una canción que sonaba repetidamente dentro de mi cabeza tan fuerte como si un vecino imprudente hubiera puesto a tope su estéreo, la música no cesó de repetirse, por más que lo deseé, hasta que la interrogué y encontré porqué mi inconsciente me estaba dando semejante serenata, solo entonces pude volver a dormir.

Escucho todo tipo de piezas: obras de todas las épocas y todos los géneros, música instrumental o canciones, que son los mensajes más fáciles de descifrar por que tienen un texto de donde asirse, incluso piezas que detesto y que quisiera extirpar de mi cabeza rápidamente. Ahora sé que cada obra que mi estación de radio interna me programa no es fruto de la casualidad o de la inocente memoria; es un código musical que al analizarlo ilumina un poco de mi inconsciente, es un excipiente para el autoconocimiento. Seguramente para ti también, escúchate con atención.

[Versión original de la publicada en la Revista Cultural Alternativas]



[1] Citado en el libro de Oliver Sacks.

martes, 17 de enero de 2012

Facebook: ¿Aleph o Pandora de la creatividad musical?




Las redes sociales han cambiado la vida de todos los que voluntariamente estamos atrapados en ellas; socializamos, trabajamos y aprendemos de forma diferente. Mi mente curiosa se pregunta si también creamos de forma diferente.
¿son esas redes un entramado que estimula la creatividad musical o una poderosa distracción que la aprisiona? ¿la brevedad a la que nos tienen acostumbrados se convertirá en un estándar para la música?

El encuentro con otra persona es sumamente enriquecedor porque nos permite tener un conocimiento de la vida que solo podemos obtener a través de la mirada única de ese otro. Compartir nuestras miradas nos humaniza y afina la percepción de la realidad permitiéndonos con ello elevar nuestra la capacidad de resolverla. Por eso feisbuquear es tan atractivo. El problema es que también es adictivo y nos impone concisión.

En el libro ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? Superficiales Nicholas Carr describe el proceso de cambio que escritores y lectores hemos tenido a raíz de la incorporación de los medios electrónicos en la comunicación escrita; uno de los efectos es la cortedad de los textos porque el público digital demanda brevedad. En Japón, por ejemplo, comenzó a escribirse relatos a través de los mensajes de texto telefónicos que se suben a la red y tienen millones de lectores en línea.

¿Impondrá este público ávido de inmediatez el tamaño de las obras musicales?
Imagino a los compositores actuales tratando de limitar el tiempo de duración de sus obras a 15 minutos para poderlas publicitar completas desde su perfil de Facebook con un enlace a You Tube; o consagrándose a componer ya no piezas cortas, sino “nano piezas” que puedan divulgarse como tonos de un smartphone. Por otro lado observo en los jóvenes una creciente incapacidad para permanecer escuchando música concentradamente por 5 minutos ¿irán los conciertos del futuro a presentar 50 obras en el espacio de una hora, para que el público sea capaz de soportarlo?

Pregunté a varios buenos compositores que cuentan con una treintena de años cómo afecta el uso de las redes sociales en su producción musical y encontré que todos limitan el tiempo que pasan enredados socialmente. Es decir, que hacen un acto consciente de contención y las usan básicamente para dos cosas:  descansar del trabajo o tener contacto con otras propuestas artísticas o temas de su interés. Las redes sociales podrán ser un distractor pero ninguno mencionó que condicionara de alguna manera el contenido de sus obras.

Transcribo fragmentos de algunas de sus respuestas que son ilustrativas:
“…siempre ha sido parte de mi trabajo darme una pausa de unos diez
minutos cada dos horas para descansar. Hace diez años era leer partes
del periódico en papel. Ahora es en el mundo digital” (Hugo Solis) 
“En mi caso no creo que haya alterado las horas que le dedico a componer, sin embargo me ha ayudado a contactar otros músicos e interesarme en algunas propuestas, sobre todo visuales, que hubieran pasado desapercibidas sin él” (Arturo Villela) “Yo creo que Facebook es bueno y malo. Bueno si lo usas para cosas que te enriquezcan y malo si lo usas para perder el tiempo. Es como el alcohol, un poco es sano, mucho es nocivo (…) Así que para mi no es el qué sino el cómo y el quién” (Edgar Barroso)

¿A dónde nos llevará esta sed de prontitud que nos alimenta día a día las redes sociales? No lo sé, pero se que el mundo cambia vertiginosamente y yo lo seguiré observando a través de su música.

[Versión original del artículo publicado en la Revista Cultural Alternativas]