Las
redes sociales han cambiado la vida de todos los que voluntariamente estamos
atrapados en ellas; socializamos, trabajamos y aprendemos de forma diferente.
Mi mente curiosa se pregunta si también creamos de forma diferente.
¿son
esas redes un entramado que estimula la creatividad musical o una poderosa
distracción que la aprisiona? ¿la brevedad a la que nos tienen acostumbrados se
convertirá en un estándar para la música?
El
encuentro con otra persona es sumamente enriquecedor porque nos permite tener
un conocimiento de la vida que solo podemos obtener a través de la mirada única
de ese otro. Compartir nuestras miradas nos humaniza y afina la percepción de
la realidad permitiéndonos con ello elevar nuestra la capacidad de resolverla.
Por eso feisbuquear es tan atractivo.
El problema es que también es adictivo y nos impone concisión.
En
el libro ¿Qué está haciendo internet con
nuestras mentes? Superficiales Nicholas Carr describe el proceso de cambio
que escritores y lectores hemos tenido a raíz de la incorporación de los medios
electrónicos en la comunicación escrita; uno de los efectos es la cortedad de
los textos porque el público digital demanda brevedad. En Japón, por ejemplo,
comenzó a escribirse relatos a través de los mensajes de texto telefónicos que
se suben a la red y tienen millones de lectores en línea.
¿Impondrá
este público ávido de inmediatez el tamaño de las obras musicales?
Imagino
a los compositores actuales tratando de limitar el tiempo de duración de sus
obras a 15 minutos para poderlas publicitar completas desde su perfil de
Facebook con un enlace a You Tube; o consagrándose a componer ya no piezas
cortas, sino “nano piezas” que puedan divulgarse como tonos de un smartphone. Por otro lado observo en los
jóvenes una creciente incapacidad para permanecer escuchando música concentradamente
por 5 minutos ¿irán los conciertos del futuro a presentar 50 obras en el
espacio de una hora, para que el público sea capaz de soportarlo?
Pregunté
a varios buenos compositores que cuentan con una treintena de años cómo afecta
el uso de las redes sociales en su producción musical y encontré que todos
limitan el tiempo que pasan enredados socialmente. Es decir, que
hacen un acto consciente de contención y las usan básicamente para dos cosas: descansar del trabajo o tener contacto con
otras propuestas artísticas o temas de su interés. Las redes sociales podrán
ser un distractor pero ninguno mencionó que condicionara de alguna manera el
contenido de sus obras.
Transcribo fragmentos de
algunas de sus respuestas que son ilustrativas:
“…siempre ha sido parte de
mi trabajo darme una pausa de unos diez
minutos cada dos horas para
descansar. Hace diez años era leer partes
del periódico en papel.
Ahora es en el mundo digital” (Hugo Solis)
“En mi caso no creo que
haya alterado las horas que le dedico a componer, sin embargo me ha ayudado a
contactar otros músicos e interesarme en algunas propuestas, sobre todo
visuales, que hubieran pasado desapercibidas sin él” (Arturo Villela) “Yo creo
que Facebook es bueno y malo. Bueno si lo usas para cosas que te enriquezcan y
malo si lo usas para perder el tiempo. Es como el alcohol, un poco es sano,
mucho es nocivo (…) Así que para mi no es el qué sino el cómo y el quién”
(Edgar Barroso)
¿A dónde nos llevará esta
sed de prontitud que nos alimenta día a día las redes sociales? No lo sé, pero
se que el mundo cambia vertiginosamente y yo lo seguiré observando a través de
su música.
[Versión original del artículo publicado en la Revista Cultural Alternativas]
[Versión original del artículo publicado en la Revista Cultural Alternativas]
No hay comentarios:
Publicar un comentario