miércoles, 1 de julio de 2015

Cuencos tibetanos

“Cuando el pájaro de hierro vuela, el Dharma será esparcido al occidente”
Padmasambhava, fundador de la escuela tibetana de budismo Nyingma en el siglo VIII


Tazón Cantador o Tazón Himalayo son otros nombres con los que se designa a los Cuencos Tibetanos, cuencos hechos de la aleación de varios metales que producen sonidos largos, cargados de armónicos, tangiblemente vibrantes y hermosos; cuya función ha trascendido la utilitaria continencia del objeto de cocina y se ha convertido en un instrumento ritual que facilita el desarrollo espiritual y el bienestar físico.

Desde hace varias décadas tenemos en América un abierto coqueteo con la cultura oriental. Hemos estado importando de medio y lejano oriente la filosofía, comida, moda, el interiorismo y otras respuestas a las necesidades humanas. En éste contexto sitúo la práctica, cada vez más popular, de escuchar los Cuencos Tibetanos.

Como suele suceder, los americanos adaptamos las importaciones asiáticas a nuestro estilo de vida, desincorporando su sentido original y resignificándolo. La práctica de escuchar los Cuencos no es la excepción. Una rápida mirada a la oferta que de ellos se hace por Internet nos dice que la gente ofrece el sonido de los Cuencos como un medio de sanación; un vehículo para la meditación; un masaje vibratorio;  un relajante; un analgésico; una forma de equilibrar los chakras; un potenciador de energía y de creatividad; un vehículo para viajes astrales y hasta hay quien se atreve a afirmar que destruye las células cancerosas; casi casi como el mezcal que sirve para todo mal. ¿Será tan milagroso el Santito? ¿De veras provocarán todas estas cosas?

Según los Lamas tibetanos Lobsang Molan y Lobsang Leshe, entrevistados por Rain Gray, la práctica de escuchar los cuencos es una enseñanza, es la energía de Buda enseñando el Dharma, es decir, el camino correcto, basado en la virtud, la conducta piadosa y motivada por una buena intención. O lo que en términos más occidentales podríamos describir como un modo ético de vida. “El sonido del cuenco te da Dharma, es una enseñanza para que puedas ir a Shambhala (reino mítico donde habita una sociedad iluminada)” afirmó el Lama Lobsang Molan. “El sonido del cuenco es el sonido del vacío que es la esencia de las enseñanzas de Buda” (Lama Lobsang Leshe).

Por otro lado, el terapeuta mexicano Oscar Rojas, especializado en trabajar con Cuencos tibetanos, conceptualiza su trabajo como un “arte terapéutico”. Yo creo que dependiendo de las habilidades técnicas y estéticas del tañedor sí que puede ser un arte. Escuchar una sesión de cuencos ejecutados con creatividad es de entrada un concierto maravilloso, es introducirse a un bosque sonoro donde habitan criaturas vibratorias inusuales y sentirse fascinado por la inmersión en ese mundo donde no existe la prisa ni el recelo, y por momentos ser uno con él. ¿No es suficiente una experiencia así? Si ésta vivencia estética tuviera además efectos relajantes, terapéuticos, espirituales o doctrinales, en cualquier grado de eficacia, sería un beneficio colateral del que nadie se podría quejar.


[Versión original del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en la Revista Cultural Alternativas en Julio de 2015]
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