Tengo 41 años, me dedico a componer, a
escribir sobre música y a criar a un niño y a una niña. Partiendo de esta
circunstancia he decidido componerles un contrapunto literario entre la
actividad creativa y la “criativa” donde el meollo del artículo
es la lucha por el poder, por el poder concentrarme.
La crianza y la composición son
actividades que requieren de una atención profunda. En el caso de los niños hacia
sus necesidades, mismas que no siempre están claramente dichas como con el
sonoro ¡Mamaaaá, quiero hacer pipí! Frecuentemente se expresan a través de
sutilezas, de un lenguaje no verbal que solo desciframos los que convivimos de
cerca y vamos observándolos y asociando esto con el recuento de su historia. En
el caso de la música la atención profunda es para el sonido, con qué variables
se presenta, qué representa, qué quiero expresar con él y lo más difícil ¿cómo
voy a lograrlo?
Para componer yo necesito mucho tiempo,
silencio y soledad porque son las condiciones mínimas para entrar en un estado
creativo que nada tiene que ver con las musas dictando melodías, es simplemente
que mi mente pueda enfocarse completamente en el sonido y pensar ¿Cómo suena
esto? ¿Qué tal si lo combino con esto otro? ¿Y si mejor lo produce tal
instrumento o fuente sonora? ¿Vendrá mejor si acelero el pulso?... Componer es plantearse
diversos elementos sonoros, cuestionarlos, variarlos, reacomodarlos,
repensarlos y después decidir qué hacer con ellos. Es un ejercicio mental
intenso porque no se trabaja con objetos concretos y manipulables, todo se
elabora con el pensamiento.
El psicólogo Mihály Csikszentmihalyi describió como “Estado de flujo” al que sucede
cuando uno está inmerso en una tarea de forma gozosa y concentrada, en el que
se pierde la noción del tiempo, uno siente que tiene control personal sobre su
actividad y en pocas palabras “acción y conciencia se fusionan”. La gran
mayoría de nuestras actividades se llevan a cabo exitosamente con un grado
menor de concentración, pero componer requiere forzosamente del estado de
flujo. Eso es lo que necesito para crear y eso es precisamente lo que es
difícil de lograr al criar niños pequeños.
“Un tiempo y un lugar para cada cosa”
sería el principio para ordenar las dos actividades: cuando los niños están en
el colegio es tiempo de concentrarse en crear música y cuando los niños están
en casa es tiempo para convivir con ellos, atender a sus necesidades y cuidar
su rutina: ¡Pamplinas! en la vida real
esto es una utopía.
Para comenzar, uno no entra en estado de
flujo solo por sentarse frente al papel pautado y tomar el lápiz, hace falta
irse metiendo poco a poco a él, como los perros que dan varias vueltas
alrededor del tapete donde finalmente se echan. Mis vueltas consisten en
preparar té, limpiar la mesa y limpiar la cabeza de pendientes, esas 25 cosas
que rondan como mosquitos molestos alrededor
de mi frente: que no se me olvide comprar la cartulina que tiene que llevar mi
hijo mañana al colegio; tengo que pagar la luz, hoy se vence; ay no me acordé de
sacar la cita con el dentista; chin ¡ya no hay leche! voy a tener que pasar al
súper, tengo que terminar el artículo para el viernes… Para espantar su zumbido
las anoto en una lista y las conjuro. Poco
a poco la mente va cediendo a la seducción del sonido hasta que ya estoy dentro.
Ah, pero hay algo incontrolable: el teléfono. No puede haber estado de flujo
cuando irrumpen llamadas, notificaciones y aparece la foto de la Rana René
mostrando su indolencia ante las más variopintas circunstancias.
Una vez alcanzado el anhelado estado de
flujo se presenta el segundo problema: mantenerlo el tiempo suficiente. Los
procesos creativos son procesos de transformación constante, como las plantas
que requieren un tiempo largo para convertir una semilla en un árbol, con la
diferencia de que a la semilla hay que cuidarla un poco cada día y dejar que la
madre naturaleza haga el trabajo, mientras que en la composición si uno se para
de la silla el proceso se interrumpe aparentemente, sospecho que continúa
inconscientemente pero su materialización se detiene. El núcleo del conflicto
está en que crear requiere una vida muy flexible, precisamente para poder
mantener ese estado de flujo creativo cuanto sea posible y criar es una
actividad que debe ser estructurada, no rígidamente pero sí de forma suficiente
para dar certidumbre a los niños: mi mamá pasa por mí a la salida del colegio,
después voy a comer, me baño en la noche, me dan un beso antes de dormir y cosas
así que deberían de suceder más o menos a la misma hora.
Entre criar y crear no todo es
conflicto, también hay muchas semejanzas. Ambos son procesos largos, llevan
muchos años de constancia y atención; en su transcurso desarrollamos
capacidades que nos son indispensables para soportar el proceso: tolerancia,
paciencia, escucha, generosidad, resiliencia, profundidad para interpretar la
realidad, discernimiento sobre lo que es importante y lo que no, así como
estrategias de organización.
Prueba y error, en los niños como en la
música no hay recetas, cada pieza y cada niño es único. Los libros sobre educación
y los tratados de composición sirven para lo mismo: para encontrar la
singularidad de lo que tienes enfrente y saber que no sabes nada hasta que
intentas algo y evalúas su resultado. ¿Quién querría componer la misma obra
varias veces? Solo la persona que piense
que puede educar a todos sus hijos de la misma manera. Educar y componer son
cosa de respetar la identidad de cada ser y para descubrirla el mejor camino es
prestarle atención al niño o al sonido y simultáneamente a uno mismo.
La semejanza más afortunada es la dicha
que produce el criar y el crear. Todos sabemos que suponen dificultades, no
hace falta describir las renuncias que demandan; lo importante es que en el día
a día generan una satisfacción que va más allá del resultado, el proceso es un
fin en sí mismo y el producto, los hijos y la música, algún día se emanciparán:
los sonidos serán de quienes los interpreten y los escuchen y los adultos que
criamos se irán.
[Versión original de artículo publicado por Liz Espinosa Terán en la Revista de la Universidad de La Salle en 2015]
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