lunes, 1 de septiembre de 2014

1801, año de sonatas, amores y sordera


Interpretar una sonata para piano de Beethoven es un reto técnico, en especial algunas como la No. 29 “Hammerklavier o la No. 32, última del ciclo; pero tocar 29 de las 32 sonatas en 6 conciertos consecutivos presentados en solo 4 días es una hazaña titánica para cualquier pianista. Rudolf Buchbinder, excelente intérprete austriaco, va a acometer el reto en el próximo Festival Internacional Cervantino.

Entre 1794 y 1799 Beethoven compuso sus primeras 13 sonatas para piano solo. Alrededor del año 1801 compuso 7; otras 6 más entre 1803 y 1810; y un último grupo de 6 sonatas tardías entre 1814 y 1822. Si componer una sola sonata es tarea que requiere un tiempo y energía nada despreciable, componer 7 en solo un año, además  de música para ballet, Die Geschöpfe des Prometheus; el quinteto de cuerdas Op. 29; un par de cuartetos vocales; el cuarteto de cuerdas en Fa y el inicio de su 2ª sinfonía nos puede dar una idea clara de la enorme cantidad de trabajo que sostuvo este genio creador durante 1801.

La curiosidad me llevó a buscar porqué habrá compuesto las sonatas Nos. 12 a 18 en un solo año, en qué circunstancia de vida y si ésta circunstancia habrá tenido algo que ver con su febril actividad creativa para el piano. Después de un clavado a sus cartas y biografías encontré que Beethoven tenía entonces 30 años de edad,  hacía casi 10 que había llegado a vivir a Viena y había hecho buenas migas con la aristocracia local, a tal grado que en 1800 el príncipe Karl Alois Lichnowsky le había otorgado una renta anual de 600 florines. Gozaba de reconocimiento social y artístico. Daba clases de piano a varias damas de la alta sociedad y a alumnos de alto rendimiento como Karl Czerny, a quien recordamos, los que estudiamos piano, porque creó todo un método de técnica pianística.

En la época en que Beethoven vivió había en Viena más o menos unos 300 pianistas que competían entre sí y se ganaban la vida enseñando a más de 6000 estudiantes de piano en la ciudad. En Junio de ese fructífero año escribió a Franz Gerhard Wegeler, su amigo íntimo y biógrafo: “Mis composiciones me producen mucho, y puedo decir que tengo más encargos de los que puedo cumplir. Por cada obra, si me interesa, tengo seis o siete editores, incluso más aún: no se discute conmigo, yo fijo un precio y se me paga”. En estas condiciones componer sonatas para piano, el instrumento preferido del siglo XIX, habrá sido una buena estrategia financiera.

Ese otoño estuvo enamorado de una condesita italiana más coqueta que comprometida, Giulietta Guicciardi. A ella le dedicó la famosa Sonata No. 14  “Claro de Luna”. Él prácticamente le doblaba la edad, era su maestro de piano, se sentía correspondido de una manera en que realmente nunca lo fué, tanto que escribió en Noviembre a Wegeler: “Es la primera vez que creo que el matrimonio me puede hacer feliz; por desgracia, ella no es de mi clase social, y ahora, a decir verdad, no podría casarme; debo realizar una dura labor”. ¿Una dura labor para salvar los impedimentos sociales y conseguir una posición que le permitiera desposar a una aristócrata?

De mayor impacto en la vida de Beethoven, dicen algunos biógrafos, fue la relación íntima que tuvo con una condesa casada, Josefina Brunsvik, “Pepi” para los cuates, de quien se especula fue la famosa “amada inmortal” y hasta madre de una hija ilegítima del compositor, nadie lo sabe con certeza. Lo que es seguro es que las Sonatas de 1801 fueron leídas y juzgadas primero por Pepi y luego por los editores, sobre ellas se conserva una carta a su hermana Teresa en donde dice respecto de las No. 16 “La Coja” y No. 17 “La Tempestad”: “Estas obras reducen a la nada todo lo que ha sido escrito anteriormente”. Un juicio que años después compartirían los estudiosos sobre el repertorio de Beethoven quienes sitúan estas piezas, específicamente a partir de la Sonata No. 15 “La Pastoral”,  dentro de su segundo periodo estilístico, en el cuál se liberó de ciertos cánones clásicos y encontró una voz más personal, situada en el estilo del romanticismo temprano del cuál se convertiría en ícono.

No todo fue miel sobre hojas de papel pautado, 1801 fue un año marcado por la enfermedad y la creciente sordera: “Desde hace 3 años mi oído está cada vez más débil. Esto debe venir de mi enfermedad intestinal, que ya padecía antes, pero que ha empeorado mucho, pues estoy continuamente molesto por las diarreas y, por consiguiente, muy débil” escribió en una carta. Ni los aceites de almendra, ni los tés, ni los baños templados en el Danubio que le recetaron pudieron detener el deterioro y él se aisló cada vez más refugiándose en su trabajo.

¿El trabajo bien reconocido y pagado, la inspiración amorosa o la necesidad de ganar terreno a la sordera a través de la composición, cuál sería la razón para que produjera en 1801 sonatas a destajo? A falta de certeza nos conformaremos de buena gana con gozar de sus obras ¡Vamos a los conciertos!

[Versión original de artículo publicado en la Revista Cultural Alternativas en Septiembre de 2014]



No hay comentarios:

Publicar un comentario