viernes, 3 de junio de 2016

AUGE para Las Joyas





Pareciera que el Blvd. San Juan Bosco fuera una frontera entre León y otra ciudad conocida como “Las Joyas”. La falta de transporte urbano tiende a aislar a las familias que viven en ese polígono porque no hay suficientes rutas de autobús, ni unidades, ni calles pavimentadas para que transiten. Entonces, quienes viven allí y se quieren mover de un lado a otro de Las Joyas o caminan unos 30 a 50 minutos o toman un transporte público que tarda 1 hora en llegar a su destino porque tiene que ir hasta la base y regresar. 
Los vecinos de Las Joyas que estudian o trabajan “en León” gastan aproximadamente un 50% de sus ingresos en pagar transporte público. No hay oferta educativa ni laboral suficiente cerca de casa y esto los obliga  a comprometer mucho de sus ingresos y tiempo en trasladarse. La mayoría de los jefes de familia son obreros, trabajadores de la construcción o tienen empleos esporádicos e informales.  Hay muchos terrenos sin regularizar lo que  impide que tengan agua entubada, drenaje y electricidad.

Del otro lado del Blvd. San Juan Bosco hay varias colonias donde no hay grafiti, ni la mácula del polvo que levanta la terracería. Sus habitantes tienen un promedio de dos autos por vivienda, además del acceso a varias rutas de transporte; su ingresos constan de varios salarios mínimos más. Pareciera que es otra ciudad. El problema es que pocos miran más allá del boulevard y se dan cuenta que todos somos parte de una misma comunidad.

Admiro profundamente a las personas que comprenden que NO “es problema de alguien más”, que tener una zona de nuestra ciudad donde las personas no pueden vivir con seguridad a causa de las pandillas; sin acceso a los servicios básicos de drenaje y electricidad; y sobre todo con pocas posibilidades de desarrollo es un reto para todos los que vivimos en León. Un pequeño grupo de personas con esta consciencia social formó Autogestión y Educación Comunitaria A.C. (AUGE)

AUGE es una organización civil, es decir, de personas como tú y como yo, dedicada a la promoción de la comunidad de Las Joyas. A través de programas educativos ayuda a desarrollar las potencialidades de cada individuo y enseña a articular estas habilidades con las de los vecinos para buscar la mejoría de todos. Parten de la confianza en las capacidades y la libertad de cada persona que debe decidir hacia dónde y cuándo actuar para superar sus condiciones de marginación. Por lo tanto, AUGE tiene la mira puesta en educar a la comunidad para que sepa organizarse, trabajar en conjunto y así transformar su realidad.

Educar es para AUGE un proceso de crecimiento integral. La ruta de este proceso fue definida a partir de autodiagnósticos de los que se desprendieron 4 programas:  Educación, Salud, Cultura y Medio Ambiente. El programa de salud, por ejemplo, forma a mujeres como Promotoras Comunitarias de Salud y las capacita para identificar los problemas de salud y nutrición más comunes y responder adecuadamente ante accidentes o emergencias.

La mayoría de las viviendas en Las Joyas tienen espacios muy reducidos, eso provoca que niños y jóvenes busquen estar fuera de casa. Por ello, uno de los retos de AUGE es impulsar el proyecto del Parque Metropolitano Poniente. En el corazón de Las Joyas hay 42 hectáreas, con una hermosa presa y zona arbolada, que se podrían convertir en un parque público, lo que automáticamente dignificaría esa zona,  elevaría el nivel del vida de los vecinos y daría otro espacio saludable a todos los ciudadanos de León.

Uno de los proyectos más completos de AUGE es SONAR Las Joyas. Una  orquesta infantil y juvenil que siguiendo el modelo venezolano, busca el desarrollo de las potencialidades de sus integrantes y fomenta un vínculo sano con la comunidad a través de la música. Pertenecer a esta orquesta aleja a los niños del peligro que supone la calle, del exceso de “entretenimiento pantalla”, les da un trabajo neurológico que aviva su inteligencia, el espacio protegido del arte para manejar sus emociones y a algunos de ellos hasta les dará a futuro una profesión, si es que descubren su vocación para la música.

Sin importar de qué lado del Blvd. San Juan Bosco vivamos, los leoneses somos parte de la solución porque el desarrollo de Las Joyas es simultáneamente el la ciudad donde todos vivimos. Así que siempre podemos acercarnos a AUGE o a otras instituciones que trabajan directamente en esa comunidad y ofrecer nuestra ayuda.

[Artículo publicado por Liz Espinosa Terán para la Revista Cultural Alternativas en Junio de 2016]


jueves, 12 de mayo de 2016

Música para la Resiliencia

El dolor es una prisión hedionda, una intolerable cuenta de segundos en el mundo de las cifras infinitas;  un hachazo de conciencia entre el significado del “antes” y del “después”, pero el dolor es también un animal metamórfico que puede transformarse en amargura, en coraje, en inadaptación o puede adoptar la forma de empatía humanitaria, de entereza, de activismo o de arte. La gran mayoría de las veces no decidimos sufrir, nos toca padecer y punto. Lo que sí podemos decidir es qué hacer con el sufrimiento: convertirlo en un pretexto para sabotearnos la existencia o en un recurso para tener a futuro una vida más satisfactoria.

La psicología ha adoptado de la física la palabra resiliencia para describir la capacidad de afrontar la adversidad y salir fortalecido. El neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo francés Boris Cyrulnik se refiere a ella como la capacidad para retomar el desarrollo después de una agresión traumática, sea física o afectiva, social o cultural. Insiste en que la resiliencia no depende únicamente del sujeto que padeció el choque emocional, sino de su entorno afectivo y social. Es indispensable que la persona afectada pueda apoyarse en otros seres que la contengan y la acompañen para que logre ser resiliente.  También la música puede ser usada como un vehículo para la resiliencia en diferentes formas.

La música puede facilitar ese vínculo que necesitamos para sentirnos acompañados en el proceso de superación de un evento traumático. Cyrulnik dice que una canción, por ejemplo, es un medio para que dos personas puedan contar una historia que cuesta trabajo relatar y que además podría incomodar a quien la oye porque su crudeza produciría un dolor tan grande que uno no tendría fuerzas para expresarlo y el otro para recibirlo. La escucha de la canción establece un vínculo entre ambas alrededor del evento a superar. El vínculo es la condición inicial para que la persona que sufre pueda ser resiliente: conectarse con otro ser humano empático y recibir compañía. Es extremadamente difícil ser resiliente en soledad.

La imaginación y la creatividad musical son recursos para sobreponerse a periodos de dolor físico o emocional. Se ha estudiando, según Cyrulnik, que varios cineástas, escritores, pintores y músicos fueron niños resilientes, porque es en el albergue de lo imaginario donde se puede soportar el horror de lo real, porque ese lugar idílico y hermoso que esta en nuestra mente nadie nos lo puede arrebatar.  Refugiarse en la ensoñación, acto tan característico entre las personas creativas, no es privativo de los artistas. Todos podemos ser abrigados por la música y sanar escuchando o creando música, no hace falta saber solfeo o tener un instrumento para para percutir cazuelas y puertas, o para cantar un tremendo “auch de pecho”. La música es terapéutica porque expresa, contiene, acompaña y transmuta una lesión en sonido.

A veces la obra musical funciona como el mensajero que nos indica el dolor cuando ni nosotros mismos podemos verlo porque se nos hace como un monstruo tan feo y tan fuerte que preferimos atraparlo en el cajón de la inconsciencia y ponerle un candado. Ese monstruo prisionero cada vez se enoja más, da alaridos y una lata tan tremenda que hasta puede llegar a enfermarnos. La música es la lámpara para que alumbremos el bestiario del alma. Es una compañera para quitar cerrojos, sacar al monstruo, contemplarlo y ver que no quiere arruinarnos el día, solo quiere un abrazo, porque aunque sea tan monstruoso es parte de nosotros. Entonces la música, esa que se te clava como puñal en el corazón, te está diciendo: tu también necesitas un enorme abrazo. Y ese es el momento de salir a buscar unos brazos amorosos que soporten tu dolor, unos ojos que te miren con fe y unos labios que, antes de besarte, te digan convencidos: vas a estar bien.


[Versión original de artículo publicado por Liz Espinosa Terán para 
la Revista Cultural Alternativas en Mayo de 2016]

martes, 5 de abril de 2016

Paisajes sonoros

Esta mañana, antes del alba, subí a una colina para mirar el cielo poblado,
Y le dije a mi alma: cuando abarquemos esos mundos,
y el conocimiento y el goce que encierran,
¿estaremos al fin hartos y satisfechos?
Y mi alma dijo: No, una vez alcanzados proseguiremos el camino.
Canto de mí mismo, Walt Withman


El concepto de Paisaje, como una especie de arte visual donde se plasma una perspectiva de la naturaleza, de una ciudad, incluso de un escenario onírico, es familiar desde hace siglos para todo el mundo. Lo que un paisajista plasma a través del lente de una cámara o del color en el lienzo, más que un lugar es su peculiar mirada sobre él. El artista es el guía que nos conduce hasta un sitio que le parece interesante y nos dice: “obsérvalo de esta manera”.

Los sitios no solo se ven, también se oyen. No existe el silencio para un oído atento. El mundo es una sinfonía de viento, motores, balatas chirriantes y gritos lejanos. Pájaros, perros, grillos, golpes metálicos o claxons son los timbres atípicos de la música involuntaria que nos envuelve. ¿Sonidos ambientales, ruido o música? Cada cabeza elige cómo conceptualizar el ensordecedor sonido del universo.

Hay un tipo de arte que evoca eso: el paisaje sonoro. A finales del siglo pasado, el compositor, escritor y pedagogo canadiense Raymond Murray Schafer nombró este género como Soundscape, palabra compuesta por sound (sonido) y landscape (paisaje). El concepto es amplio porque abarca desde el conjunto de sonidos emanados de cualquier fuente que dan identidad a un espacio, hasta un producto artístico, arte sonoro que nos remite a la sensación de experimentar un particular ambiente o composiciones musicales que usan como materia prima sonidos tomados del medio ambiente y que pueden o no ser manipulados electrónicamente o combinados con ejecuciones musicales, “musicales” en un sentido más clásico.

El paisaje sonoro es una obra de arte que tiene un poder mágico: el de imbuirnos dentro del sitio que evoca. Eso no sucede con las imágenes, esas las tenemos que observar a varios centímetros alejados del bastidor. Sería fantástico poder brincar dentro de La Noche Estrellada de Vincent van Gogh y de pronto vernos rodeados por ese cielo de pinceladas a rayas, podemos imaginarlo pero no lograrlo físicamente. Al contrario, en un paisaje sonoro sí podemos zabullirnos si desarrollamos la capacidad de escuchar con un grado tal de concentración que hagamos del sonido nuestro universo. Dejar de percibir con los ojos, el olfato o la piel; dejar de pensar en lo que vamos a hacer, en aquello que olvidamos llevar a cabo; evitar a toda costa comentarios y ruidos. El boleto de entrada al mundo sonoro cuesta absoluta concentración más un impuesto: el silencio.

Hay muchos tipos de paisajes sonoros: los naturalistas, los urbanos; los externos y los internos, esos que nos remiten al estado íntimo del compositor; los que evocan la belleza sonora del mundo o los que manifiestan la contaminación que nos agrede; los realistas y los fantásticos. Porque, al igual que en el arte visual, lo interesante de un paisaje, más que el sitio al que te remite, es la perspectiva con la que el artista te invita a verlo o a escucharlo. Vale la pena sacar por los oídos al alma y llevarla de paseo.

[Versión original del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en Abril de 2016 en la Revista Cultural Alternativas]




lunes, 29 de febrero de 2016

Bésame mucho

Pocas delicias como alojar los labios en los labios de otro, borrar la distancia higiénica entre narices, anudarse con los brazos, reconocerse con la lengua y sentir en el pecho dos pulsos cardiacos. Por eso los besos brotan una y otra vez, y otra vez, y otra, y bueno ¿porqué no? otra vez más; porque transforman dos deseos, o dos amores, en uno.

Bésame mucho, la canción de Consuelito Velázquez, tiene el poder de evocar esa polirritmia salivosa que no se conforma con suceder una sola vez, aunque esa vez haya sido uno de esos besos que trascienden la demencia senil y se recuerdan a pesar de haber olvidado para qué sirve un tenedor.  Urge repetir los besos porque nos hacen constatar la entrega del otro y disipan ese miedo a “tenerle y perderle después”.

Fue grabada por Emilio Tuero en 1941 y de inmediato se convirtió en un éxito internacional del que se hicieron versiones en varios idiomas. Probablemente porque que el mundo en qué nació estaba en guerra y había millares de despedidas, de amantes que sentían el apremio de quedarse resguardados entre dos comisuras antes de partir “lejos, muy lejos de allí”.

Al parecer tenía la tierna edad de 16 años, según otras fuentes de 24, cuando Consuelito desahogaba el deseo cantando “quiero tenerte muy cerca, mirarme en tus ojos…”  sin saber que con ello estaba sembrando el árbol de las regalías que le daría frutos toda la vida, porque ésta pieza cerró el siglo XX con el récord de ser la canción en español con más versiones grabadas. Más allá del bolero, hay en todos los estilos: jazzeadas, rancheras, flamencas, al estilo de las grandes bandas y de las bandas sinaloenses; para discoteca o bar lounge; a ritmo de ska, rap, salsa, bossa nova o mambo; para orquesta, solista o conjunto vocal a capella…

Es un fenómeno, pareciera que durante los últimos 70 años no hay artista que se resista a interpretarla. Entre todos forman una enorme lista donde conviven cantantes y ejecutantes que solo han podido comulgar a través del rito del Bésamemucho. Solo así se explica que, Andrea Bocelli, La Original Banda el Limón, The Beatles, Vicente Fernández, Wes Montgomery, Voz en punto, Dámaso Pérez Prado, Inspector y Tomatito aparezcan reunidos en ella.

Tomo el caso de esta canción para hacer una pequeña reflexión: comenzaré por distinguir una interpretación de un “cover”, como coloquialmente se llama en inglés a la recreación de una obra musical. Cuando alguien canta Bésame mucho respetando el uso de los elementos de la música tal cual los dispuso su compositora, procurando ser fiel a la partitura aunque le inserte algún arreglo coquetón, entonces produce una interpretación. Por ejemplo, la hermosa de  Cesária Évora. Si, al contrario, un músico toma como base esta canción y la transforma variando sus elementos, por ejemplo el ritmo, la melodía o el timbre, de forma que le imprime algo de original, eso es una recreación, una nueva versión, como la de Dave Brubeck que es un deleite porque respeta el espíritu de Bésame mucho pero nos lleva más allá, nos da un “algo más” que no nos daría otro artista.

Desde luego que no todas las versiones son buenas, varias son una repetición descafeinada, pretensiosa y fallida. No tiene sentido hacer un “cover” carente de originalidad. Por eso cabe la pregunta:  ¿en qué forma se pueden variar los elementos para recrear una pieza y lograr que el resultado sea interesante? Habría que tomar el toro por los cuernos y grabar algo que aporte una perspectiva nueva, de lo contrario, lo único que se logra es aburrir a la gente y entonces sería mejor encontrar otra cosa que hacer, ir a repartir unos cuantos besos, por ejemplo, para recibir algo de inspiración.

[Versión original del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en la Revista Cultural Alternativas el mes de marzo de 2016]