Las
canciones que tienen como tema el maltrato a la mujer ya pueden ser vistas como
un género musical, una especie de canción de protesta, en donde se denuncia el
abuso machista. A través del rap, el rock, el pop, el flamenco o de un
cantautor con su guitarra se grita melodiosamente que golpear, violar, humillar
o cualquier forma de violencia de género es algo que esta mal y que debe
acabar.
Este
género musical engloba creaciones de hombres y mujeres de todo el mundo que
narran los estragos del machismo desde diferentes perspectivas y que son un
reflejo de una sociedad que esta diciendo con música que es mentira que esta
violencia “seguirá este orden porque Dios así lo quiso, porque Dios también es
hombre…” (Corazones rojos, Los
Prisioneros); que ninguna mujer debe justificar ser violentada porque “son cosas de familia, esas cosas pasan y es verdad
que a veces soy un poco bocazas” (Al
final del cuento de hadas, Chojin y Lydia); y que el perdón y la esperanza
son autodestructivos cuando están dentro un ciclo de violencia doméstica porque
“sabes
que volverá a hacerlo, les has dado ya muchas oportunidades y siempre vuelve a
lo mismo” (Abre tu mente,
Merche).
Algunas
de estas canciones ponen el fenómeno en perspectiva cultural, tomando en cuenta
la educación que recibe la mujer como Caperucita
de Ismael Serrano, una de las mejores, o
El machismo mata del joven chileno
Boyrap en donde se manifiesta cómo se naturaliza esta violencia porque las
niñas crecen viendo cómo sus madres la padecen.
En la mayoría se hace una referencia expresa al consumo del alcohol como
un disparador de la violencia de género.
Hay
piezas que narran los diferentes momentos por los que pasa una mujer que vive
este proceso que va de la impotencia hasta la liberación. En Manos al aire Nelly Furtado toca el tema
de la violencia verbal: “hablando en alta voz, hieres mi corazón” y de la
impotencia ante ella “no tengo armas para enfrentarte y yo pongo mis manos al
aire, solo me importa amarte en cuerpo y alma como era y es. Tu que perdiste el
control y te dejaste llevar por la inseguridad”. Otro ejemplo de esta
fase está en El amargo del pomelo de
Nacho Cano “golpe a golpe aprendo a callar que por la boca enredo las cosas, no
tengo huevos de marchar”. Pasión Vega canta sobre otra fase, aquella en
que la mujer se arma de valor y decide
poner fin a esa relación, huir incluso para salvar su vida. “María se fue
una mañana, sin decir nada, María ya no tiene miedo, María empieza de nuevo” (María se bebe las calles).
Otro
grupo de canciones son advertencias de los testigos cercanos, como Salir corriendo de Amaral: “Cuántas gotas
tienes que dejar caer para ver la marea crecer ¿cuántas lagrimas puedes guardar
en tu vaso de cristal. Si tienes miedo, si estas sufriendo tienes que gritar y
salir corriendo...”. Las hay que
tocan la venganza, como Malo de Bebe,
y entonan una confrontación catártica “Malo, malo, malo eres, no se daña a quien se
quiere (…) y del morao de mis mejillas saldrá el valor para cobrarme las
heridas…” o Nanai de La Mala Rodríguez.
Las
canciones son espejos sonoros de una sociedad que ha dejado de creer que la
mujer debe ser un ser dependiente condenado a soportar maltratos físicos o
emocionales, y que también ha dejado de creer que un hombre tiene derecho de
violentar para ser poderoso y respetado. Ahora creemos que la violencia es
resultado de la impotencia, de no tener mejores recursos para solucionar los
problemas, que un hombre abusivo es un hombre impotente; y que es, como diría Paquita la del Barrio,
una “rata
inmunda, animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho, infrahumano,
espectro del infierno, maldita sabandija, cuánto daño has hecho, alimaña,
culebra ponzoñosa, desecho de la vida, te odio y de desprecio…” (Rata de dos patas).
[Versión original a la publicada en la Revista Cultural Alternativas en Noviembre de 2013]
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