¿Dónde habrá aleteado la mariposa que me
causó un tsunami en el alma? Eso me pregunto cada vez que escucho una pieza
musical que me transforma. Hay algunas que después de escucharlas te cambian la
vida, otra especie de a.c. y d.c. —antes
y después de tal o cuál canción o, para
no vernos restrictivos, de la audición de cualquier obra musical—.
La realidad se transforma cuando
cambiamos la narrativa sobre ella, es decir, cuando nos contamos nuestra propia
historia desde otra perspectiva. Cada vez que re interpretamos el pasado, el
presente se torna diferente. La música tiene el poder para darnos nuevas
perspectivas desde las cuales narrarnos, intuyo que eso se debe a que porta la
energía con la que se creó y allí donde se vierte el sonido se vierte también
la carga energética, emocional y simbólica que la gestó.
Para ejemplificar lo anterior,
imaginemos que algún día de 1824 un compositor cargado de rebeldía por los
abusos del poder, y a la vez plenamente consciente de la dignidad humana, introdujo
más notas de las esperadas en un acorde y lo enlazó con otro y otro y otro más de
forma tan peculiar que el resultado musical fue un furioso grito de ¡Basta!
seguido por la euforia de reconocer la fraternidad que nos iguala, nos
dignifica y hace que la libertad sea el supuesto ético para convivir. La carga
energética, emocional y simbólica de esa obra resuena por simpatía en el
interior de todos los oyentes que en los años posteriores se han sentido impotentes,
abusados, furiosos y, a la vez, merecedores de mejor trato, acreedores también
de la alegría que produce todo aquello que ennoblece a las personas. Aquel
hombre, Ludwig Van Beethoven, emitió un
revoloteo rítmico y melódico en el S. XIX
que retumbó en el S. XX mientras caía el muro de Berlín, hace 26 años.
Creo que las personas sensibles a la
música no podemos vivir suponiendo ingenuamente que lo que escuchamos solo
introduce sonidos en nuestra psique y provoca reacciones neurológicas en el
cuerpo. Recibimos, además, el hálito del primer beso que le hizo saber al
compositor que era digno de amor, o la contracción de sus entrañas ante la ira
que sintió cuando lo educaron a palos, el tremor de sus orgasmos, la impotencia
de una mente sagaz en un cuerpo discapacitado, el rítmico movimiento de las
hojas que contempló durante un paseo por el bosque, la evanescencia del humo de
la vela que apagó antes de ir a dormir y su intuición sobre el canto del
creador que mora mas allá de la bóveda estrellada.
Todo lo que escuchamos nos inspira y
nutre, es un potencial agente de resignificación y cambio, porque el viento sutil
que produce una mariposa cuando bate sus alas puede llegar a ser un milagro en
nuestra vida, por eso es tan importante saber elegir qué escuchar.
[Versión orgininal del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en la Revista Cultural Alternativas en Diciembre de 2015]