“Cuando el pájaro de hierro vuela, el Dharma será esparcido al
occidente”
Padmasambhava, fundador de la escuela tibetana de budismo Nyingma
en el siglo VIII
Tazón Cantador o Tazón Himalayo son
otros nombres con los que se designa a los Cuencos Tibetanos, cuencos hechos de
la aleación de varios metales que producen sonidos largos, cargados de
armónicos, tangiblemente vibrantes y hermosos; cuya función ha trascendido la
utilitaria continencia del objeto de cocina y se ha convertido en un
instrumento ritual que facilita el desarrollo espiritual y el bienestar físico.
Desde hace varias décadas tenemos en
América un abierto coqueteo con la cultura oriental. Hemos estado importando de
medio y lejano oriente la filosofía, comida, moda, el interiorismo y otras
respuestas a las necesidades humanas. En éste contexto sitúo la práctica, cada
vez más popular, de escuchar los Cuencos Tibetanos.
Como suele suceder, los americanos
adaptamos las importaciones asiáticas a nuestro estilo de vida, desincorporando
su sentido original y resignificándolo. La práctica de escuchar los Cuencos no
es la excepción. Una rápida mirada a la oferta que de ellos se hace por Internet
nos dice que la gente ofrece el sonido de los Cuencos como un medio de
sanación; un vehículo para la meditación; un masaje vibratorio; un relajante; un analgésico; una forma de
equilibrar los chakras; un potenciador de energía y de creatividad; un vehículo
para viajes astrales y hasta hay quien se atreve a afirmar que destruye las
células cancerosas; casi casi como el mezcal que sirve para todo mal. ¿Será tan
milagroso el Santito? ¿De veras provocarán todas estas cosas?
Según los Lamas tibetanos Lobsang
Molan y Lobsang Leshe, entrevistados por Rain Gray, la práctica de escuchar los
cuencos es una enseñanza, es la energía de Buda enseñando el Dharma, es decir,
el camino correcto, basado en la virtud, la conducta piadosa y motivada por una
buena intención. O lo que en términos más occidentales podríamos describir como
un modo ético de vida. “El sonido del cuenco te da Dharma, es una enseñanza
para que puedas ir a Shambhala (reino mítico donde habita una sociedad
iluminada)” afirmó el Lama Lobsang Molan. “El sonido del cuenco es el sonido del
vacío que es la esencia de las enseñanzas de Buda” (Lama Lobsang Leshe).
Por otro lado, el terapeuta mexicano Oscar
Rojas, especializado en trabajar con Cuencos tibetanos, conceptualiza su
trabajo como un “arte terapéutico”. Yo creo que dependiendo de las habilidades
técnicas y estéticas del tañedor sí que puede ser un arte. Escuchar una sesión
de cuencos ejecutados con creatividad es de entrada un concierto maravilloso,
es introducirse a un bosque sonoro donde habitan criaturas vibratorias
inusuales y sentirse fascinado por la inmersión en ese mundo donde no existe la
prisa ni el recelo, y por momentos ser uno con él. ¿No es suficiente una
experiencia así? Si ésta vivencia estética tuviera además efectos relajantes,
terapéuticos, espirituales o doctrinales, en cualquier grado de eficacia, sería
un beneficio colateral del que nadie se podría quejar.