Los humanos buscamos adueñarnos de lo que nos da placer para que
esté a nuestra disposición, para que se repita a nuestro antojo, pero ¿cómo
poseer un arte que es sonoro? Eso ha sido uno de los problemas que han tratado
de resolver los músicos durante siglos: materializar el sonido sublime para
poder manipularlo, llevarlo, traerlo, reproducirlo ¿cómo atrapar algo fugaz?
La memoria fue durante siglos el único contenedor de la música pero,
como es un saco roto, por lagunosa e infiel fue sustituida por inscripciones en
estelas funerarias o en pergaminos, estas inscripciones perduraban en el tiempo
pero carecían de precisión. En el siglo IX comenzaron a escribir caracteres
quironímicos sobre los textos de libros eclesiásticos que dibujaban giros
melódicos, que si bien no indicaban una altura concreta al menos daban una idea
de cuándo se hacía más aguda o grave la melodía asociada a las oraciones o
salmos.
Durante los siglos X, XI y XII se fue desarrollando dentro de la
Iglesia Católica una forma de notación cada vez más preciso hasta que en el S.
XIII terminó por establecerse un sistema que indicaba con claridad qué nota
debería sonar y durante cuánto tiempo. Así, en los libros de coro de las
abadías, se pudo contener música por primera vez en la historia, sin embargo
solo unos cuantos podrían tener acceso a ella, solo los monjes educados podían
abrir el libro y escuchar en su mente motetes polifónicos.
De los libros de coro y los cancioneros palaciegos cuidadosamente
elaborados a mano, arte objeto y soporte material de las partituras, se pasó a
los primeros libros impresos. Durante el siglo XVI, Ottaviano Petrucci y Pierre
Attaigant desarrollaron técnicas de impresión para editar piezas renacentistas,
popularizando así la posesión y reproducción musical.
Una partitura es como un mapa muy preciso y claro, pero un mapa
nunca será el territorio que describe. No fue hasta 1857 en que se desarrolló
un dispositivo capaz de grabar una vibración sonora, el fonoautógrafo; y 20 años
más tarde, Thomas Alva Edison logró generar un cilindro de cartón, primero, y
uno de cera sólida, después, en donde grabar las ondas sonoras y reproducirlas
en un fonógrafo. Este es el punto de inflexión en la búsqueda de la
posesión musical.
Desde el S. XX cualquier ignorante del solfeo puede apoderarse de
la música si se adueña del soporte material que la contiene y del dispositivo
para reproducirla. Puede escuchar ese todo que la compone: la intención con la
que el intérprete emite los sonidos, su sello único para ejecutar alturas,
ritmos o dinámicas; la vibración que se introduce en nuestro cuerpo y que jamás
lograría penetrar ni con un ejército de plicas y neumas muy bien impresos. El
fin de la autocracia musical, el principio ¿del comunismo? No, no es para
tanto.
La música migró de un soporte material analógico al otro: de los cilindros
a los discos de vinilo que comenzaron a popularizarse en la década de los 20
del siglo pasado y que se reproducían en un gramófono; luego al cassette de cinta magnética en los años
sesenta, teniendo un auge en los años 80 gracias a que también se comercializó
un reproductor portátil, el Walkman,
que transformó con rapidez la cultura de escuchar música sedentariamente a la posibilidad
de llevar la propia música a todos lados. Se podía escuchar lo que quisieras,
donde quisieras, cuando quisieras, sin embargo aún se tenía el problema de
tener que cargar con todas las cajitas de aquí para allá.
Los medios analógicos para contener música fueron reemplazados por
medios digitales durante los 2 decenios finales del S. XX. En vez de atrapar el
sonido en surcos u orientaciones continuas de partículas magnéticas se le pescaba en una red de ceros y unos. Los legos
de la tecnología pensábamos ¡qué locos esos que pagan tanto dinero por un
Laserdisc, pudiendo comprar un cassette! Hasta que finalmente llegó al mercado
una opción más económica, una verdadera plaga: el disco compacto.
A partir de que la música se pudo almacenar digitalmente a través
de distintos formatos como MP3 o WAV, entre otros, proliferaron diversos soportes materiales del
sonido: CD, DAT, DVD, memoria flash, la memoria de una computadora, disco Blu
Ray o reproductores de audio digital, tipo iPod, de los que actualmente hay de
todos tamaños, colores y marcas en el mercado. Toda nuestra música en un solo
lugar.
Los teléfonos inteligentes han dejado a un lado la idea de
“coleccionar música” porque ahora podemos escuchar casi todo a través de la
transferencia de archivos de audio por internet si nos suscribimos a las diversas
fonotecas digitales que existen. Tenemos a nuestra disposición casi todo lo que
deseamos escuchar ¡Es la Jauja de la disponibilidad sonora! Aunque paradójicamente
ya no somos propietarios de nada más que de un dispositivo para conectarnos a
una nube de música, todo vuelve a estar, como al principio, en una memoria,
solo que ya no habita dentro de nuestra cabeza.
[Versión original del artículo publicado por Liz Espinosa Terán
en la
Revista Cultural Alternativas en noviembre de 2015]