lunes, 3 de marzo de 2014

Carta al maestro de música zombie


Respetable profesor:

Comprendo que usted es un gran artista que a pesar de sus años y esfuerzos no ha sido retribuido con la fama y el dinero que su talento merece, pero por favor ¡no me contagie de su amargor! Deje de decirme que no soy suficientemente buena para tocar en la audición, mejor otórgueme su confianza, si usted creyera en mí, yo me pondría menos nerviosa al tocar y terminaría por confiar en mí misma.

Imagino que debe ser cansado y desesperante escuchar todos los días alumnos que no le darán la fama de “el gran maestro de fulano…” pero míreme como un ser que tiene un proceso. Piense que bajo su guía paciente podré desarrollar mi sistema nervioso, conciencia y musicalidad.

Sé que me debe de exigir, que debe de corregir mi afinación, el ritmo, la dinámica o los ataques, pero exigir es ante todo decirle al alumno “porque sé que puedes, te pido que lo hagas bien” No es ponerse en una postura de neurótica intolerancia hacia los muchos errores que cometo en mi aprendizaje.

Sabe maestro, ya no estamos en el siglo XIX, hay muchos pedagogos que han escrito que la letra no entra con sangre,  mucho menos la música. No le pido que vaya a la clase a jugar conmigo o a entretenerme, no es mi nana, es una autoridad que también merece mi respeto. Solo le pido que se de cuenta de que cuando usted me enseña a tocar un instrumento, o a cantar, me enseña mucho más que eso, me enseña a ser un ser humano.

Enséñeme a comprender en profundidad la música, a buscar desarrollar mi persona en el estudio paciente, gradual y confiado de mi instrumento; enséñeme que soy un ser digno de ser escuchado aunque no sea un intérprete perfecto y, sobre todo, muéstreme el amor con el que vive la música para que yo también aprenda a amarla.

(Versión original del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en Marzo de 2014 en la Revista Cultural Alternativas).

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