La ciencia ya demostró que la música tiene múltiples
beneficios en el desarrollo de un ser humano, por eso los padres buscan acercar
a sus hijos a esta disciplina; en el cómo hacerlo está la clave. He aquí varias
ideas que me da la experiencia doble de ser mamá y ser musicóloga.
Entre la música y una persona se desarrolla a lo largo de
toda la vida una relación que se profundiza en la medida en que le dedicamos
atención y tiempo, igual que en los vínculos amorosos humanos. Las actividades
que recomendaré para acercar a los niños a la música son sencillas, gratuitas,
divertidas, eficaces y toman pocos minutos.
El punto de partida somos los padres, quienes tenemos que
escuchar y amar la música cada día, de ésta manera la convertimos en lengua
materna, lo que nos es natural será natural para ellos y a lo largo de los años
se le acercarán solos y obtendrán los beneficios.
Muchas personas creen que a los fetos hay que ponerles
música con unos audífonos directamente en el vientre, como si no importara que
la madre escuchara y compartiera la música con él. Eso equivaldría a pensar que
para alimentar al feto hay que meter al útero una sonda con proteínas en lugar
de dejar que lo que la madre coma nutra al feto. El impacto emocional que tiene
la madre al oír música es una experiencia más enriquecedora para el bebé en
gestación que la simple percepción del sonido.
A partir de que el pequeñín nace, y desde antes si es
posible, hay que cantarle diario lo que sea, no importa qué, si somos afinados
o fuimos repudiados del coro de la secundaria, si la canción es de cuna o una
ranchera de ardidos, si nos acordamos con certeza de la letra o tarareamos cada
2 frases porque somos desmemoriados. Fuera inhibiciones: hay que cantar y
cantar. La voz de la madre o el padre cantando deja una huella mnémica que además
de hacer de la música parte del lenguaje materno, nos vincula amorosamente con
el bebé, cosa aún más importante.
Desde que el recién nacido llega del hospital podemos bailar
con él, poner música a volumen medio, cargar al niño en brazos y seguir
libremente el ritmo, sin importar lo gracioso de los pasos, preocupándonos únicamente
de no caernos con todo y chamaco. Siempre es bueno añadir golpecitos en la
espalda que vayan con el pulso de la música y los papás más diestros pueden
marcar los pasos acorde a la métrica del compás. Así se empieza y en la medida
que el niño desarrolla sus movimientos hay que incorporar a la danza lo que el
retoño cachetón ya puede hacer: mover los brazos, dar pasos, etcétera.
Desde que el niño tiene más o menos un año de edad los
padres podemos jugar con él a hacer música, no necesitamos comprarle un
instrumento musical con 30 botones
luminosos que emitan una horripilante versión de el viejo Mac Donald tenia una
granja ia-ia-oo y otros éxitos de la infancia temprana. Cualquier objeto
susceptible de ser percutido basta: la cacerola, la mesa, una caja, el garrafón
de agua. El punto medular es que Papá o Mamá hagan “música” (ruido dirían
otros) junto con el niño; no que lo dejen solo aporreando la cazuela dentro del
corralito. Es más estimulante si ponen música y todos llevan el pulso, sin
exigirle al niño que lo lleve correctamente, por supuesto.
Al rededor de los dos
años los papás pueden provocar que sus hijos tengan acceso a una amplia cultura
musical al ponerles todo tipo de piezas mientras están en casa o durante los
trayectos en coche con un sistema de turnos: “escoges una tú, después una yo”. El
fin de esto es que disfruten escuchar, que practiquen su capacidad de decisión y que
al mismo tiempo tengan contacto con música nueva, pues los padres han de poner siempre canciones
diferentes, de diversos géneros, para exponerlos a todo tipo de ritmos, estilos,
estados emocionales y culturas. Entre más pequeño es un niño mayor será la
tendencia a repetir la misma canción en su turno, así que hay que armarse de
paciencia y escuchar 20 veces la mausquemarcha o lo que nos pida el
chiquito en su turno, pero brindarle la mayor variedad posible cuando el turno
sea del adulto.
Cuando logra hablar bien, alrededor de los 2 años y medio,
es importante conversar con él sobre música y ayudarle a que verbalice lo que
escucha, preguntas tan simples como ¿cuál canción de las que pusimos te gustó
más? ¿qué sentiste cuando oíste X pieza? ¿qué te imaginas cuando oyes la
canción? Las conversaciones con los niños pequeños duran un minuto, pero son
muy importantes.
Hasta aquí he mencionado actividades para padres e hijos en
la convivencia cotidiana, que además se
pueden seguir haciendo toda la vida; a través de ellas convertiremos la música
en parte del lenguaje materno. Sin embargo, lo ideal es complementarlas, no
sustituirlas, con clases de iniciación musical o de ejecución de un instrumento
dadas por un profesional en pedagogía musical.
Les aseguro que entre más tiempo expongamos a nuestros hijos
a escuchar con atención y gozo más los acercaremos a la música. El meollo del
asunto está en hacer juntos todo lo anterior. Compartir con nuestro hijo la
música es vincularnos amorosamente con él a través de la música y vincular al
niño a la música a través de nuestro amor.
[Versión original de la publicada en la Revista Cultural Alternativas]