Desde el
sillón ella lo vio entrar cargando la cuerda ¡otra cuerda! El miedo le subió
como un temblor del vientre bajo a la garganta.
—Quita esa
cara, querida, es simplemente que las cuerdas tienen algo fascinante.
—¿Y qué
piensas hacer con ésta?
—Disfrutarla.
Siente, mira qué tejido tan suave —Pasó delicadamente la cuerda por la mejilla
de Isabel, mirándola a los ojos y buscando su complicidad. Cuando él se dio
cuenta de que no podía transformar esa mirada de rabia en entusiasmo se alejó
unos pasos con ademan de niño enojado—. La voy a colgar de esta viga y me voy a
sentar en el sillón junto a ti para contempla...
—Rodrigo,
no lo hagas ¿qué ganas?—interrumpió Isabel con tono desesperado.
—Ay, qué
exagerada eres, mujer—. Dicho esto lanzó la cuerda por encima de la viga de la
sala, dejándola expuesta de piso a techo, como si fuera una instalación
artística, luego se sentó a su lado y la abrazó, después la beso intensamente. Ella
cerró los ojos y sintió en ese beso todos los besos de su vida juntos, quería
aferrarse a esa sensación de amor que había sido su sostén hasta el día en que
se dio cuenta de que Rodrigo estaba seriamente dañado. Después de 5 segundos
sintió náuseas y torció la boca.
—¡Vamos,
Isabel, no me hagas esas caras. Si tan solo quisieras compartir conmigo esto—.
Se paró rápidamente del sillón y trajo un banco de la mesa de la cocina.
—¡Desátame
ya, Rodrigo!
—Sí, solo
que antes voy a anudar mi cuerda nueva. —Isabel miró cómo él medía la cuerda
alrededor de su cuello y comenzó a llorar— Siempre has sido tan sensible, no
comprendo porqué no compartes conmigo el placer de sentirte abrazada por las
cuerdas—. Decía esto mientras preparaba una horca.
—¡Basta
Rodrigo, deja de hacer esto! —Le gritaba con las mandíbulas trabadas, frunciendo
la nariz y enterrándose las propias uñas en las palmas de las manos— ¡Déjame
libre!
Rodrigo se
subió al banco y se puso la soga al cuello.
—No, Rodrigo,
no lo hagas.
—Tranquila,
Isabel, solo estoy divirtiéndome un poco, he estado tan estresado que necesito
algo que me relaje, bailar un poco, por ejemplo, ¡qué tiene de malo bailar! Tu
y yo lo hemos hecho tantas veces juntos —Le decía mientas hacía tambalear el banco
sobre el cuál estaba parado—. Eres tan melodramática, bonita, ¿qué no ves que solo estoy bailando? bailando
el baile de la soga.
—Bájate de
ahí ¡no me hagas esto, desátame! Rodrigo por favor, te lo suplico, deja de
moverte y baja ¡Desátame! No me obligues a ver cómo te suicidas.
—Entonces
cierra los ojos.
Liz
Espinosa Terán
9 de
noviembre de 2015