Existen varios casos de escritores
geniales que también crearon música, tuvieron la necesidad de expresar algo que
no alcanzaban a decir a través de las palabras, decidieron abandonar el confort
que supone “hacer eso que uno hace tan bien” y arriesgarse a componer.
El peso de su trabajo literario es
tan grande que con el tiempo ha aplastado su contribución en otras áreas por
ellos exploradas. Cuando se habla del legado de Friedrich
Nietzsche se hace referencia a El Anticristo o a El
Ocaso de los ídolos pero nadie menciona las Resonancias de una noche de San
Silvestre para piano a cuatro manos o el lied Beschwörung basado en un
texto de Pushking. Sus piezas vocales incluso han sido grabadas en un disco por
el barítono Dietrich Fischer-Dieskau
¿será justo este olvido?
Varios cuartetos de cuerda nacieron
de la misma mano que escribió Dialéctica de la ilustración: Theodor
Adorno, filósofo incansable de la música, y la Estética en general, que
trató éstos temas en al menos 8 libros. Adorno creó música atonal, apostó por
ésta técnica pues le pareció la más adecuada para hacer “surgir a la superficie
lo oculto bajo la realidad: la barbarie”. Consideró inadecuado que el arte se dedicara a garantizar
un orden y tranquilidad aparentes, así que no recurrió a melodías cantables que
alegraran el alma de nadie. Sus cuartetos, dicho sea de paso, también fueron
grabados por el Leipziger Streichquartett.
Jurista destacado que ejerció como
juez en Berlín, músico e inspirador literario de Offenbach y Delibes, E.T.A. Hoffmann creó música religiosa,
música incidental para teatro, ballet y una ópera: Ondina. Jean-Jacques Rousseau también
incursionó en el drama musicalizado con Le devin de village e incluso
propuso un sistema diferente de notación musical a través de cifras
correspondientes a grados musicales que no fue bien acogido por la Academia
Francesa. La lista también incluye americanos: Sor Juana Inés de la Cruz y
Alejo Carpentier quienes hicieron letras para villancicos, música coral y
canción culta. Carpentier fue un musicólogo que usó la literatura para hablar
de música y la música para conformar su literatura.
Milan
Kundera, al igual
que varios de los antes mencionados, fue introducido a la música por uno de sus
padres; la influencia del pianista Ludvík Kundera lo llevó a estudiar composición,
más tarde se dedicaría a la literatura y el cine; gracias a esto cuando fue
expulsado del partido comunista, quedando
desempleado, sobrevivió trabajando como pianista de jazz.
Estos
personajes tienen en común varias cosas: la producción de obras literarias de
alta calidad; la reflexión musical o inclusión de referencias a la música
dentro de su quehacer como escritores; búsquedas en otros campos: filología, psicología,
sociología, botánica, gastronomía y cine; y la fuerza de voluntad para superar
los retos técnicos y hablar en un idioma diferente: la música.
Resolver la propia vida es cosa de
darse permiso para seguir la voz interior. La voz exterior dice que el zapatero
ha de hacer zapatos, y nada más zapatos, para que cada vez le salgan mejor, para que los venda más caro y luego se pague
un nivel de vida que haga suponer a los demás que es un ser exitoso. La voz
interior te compele a enamorarte de diversas cosas a lo largo del tiempo, a
explorarlas y finalmente a expresarlas como puedas.
Quizá la precisión de las palabras hace
insuficiente a la literatura para expresar la complejidad de lo que somos y
sentimos. Quizá en lo más profundo somos un devenir rítmico que armoniza con el
universo en diferentes frecuencias y no hay más remedio que hacer música para
exteriorizarlo.
[Versión original del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en Abril de 2015 en la Revista Cultural Alternativas]