No hay monedita de oro musical, cualquier
pieza va a complacer a unos y a disgustar a otros porque cada persona encuentra
su paraíso en diferente lugar. Entonces ¿por qué poner la música fuerte e
imponer al otro lo que yo quiero escuchar? ¿Por qué lesionar física o
emocionalmente a los demás a través del volumen de la música?
Observo que hay una asociación entre
el volumen y el poder que lleva al dueño del aparato de sonido a girar la
perilla al punto en que todo el mundo a medio kilómetro a la redonda pueda
escuchar su música. Una prepotencia sonora: yo tengo la bocina grandota y tú te
aguantas y oyes lo que te ponga.
La creencia de que potencia es poder,
sumada a la falsa idea de que “a mayor volumen mayor diversión”, hace frecuente
que unos abusen auditivamente de los otros y que ni siquiera comprendan que
están violentando seres humanos a través del sonido.
No deberíamos ver con normalidad que
al entrar a un comercio haya una bocina a todo volumen para promocionar un
producto u oferta; que en un bar no podamos ni escuchar lo que nos dice al oído
la persona que está al lado; que dentro del coche y con las ventanas cerradas acabemos
por oír lo que escucha el auto de atrás; que nuestros vecinos estén a gusto con
sus rolitas y dentro de nuestra casa estemos a disgusto soportándolas; o que en
una plaza pública ya no se pueda escuchar el sonido de una fuente, el canto de
los pájaros o las risas de los niños, porque un amplificador contamina con
música y con una persona que grita en el micrófono, ah, porque hay personas que
no se enteran que el micrófono es un dispositivo para amplificar el sonido y por
lo tanto no hace falta gritar cuando se usa.
Otra falsa creencia es que “a la
gente le gusta” y eso sirve de justificación para que quien detenta el poder de
la perilla ponga más decibeles de lo saludable para el oído humano. A nadie le
gusta que le duela la cabeza, que le zumbe el oído o experimentar una fatiga
acústica por estar expuesto mucho tiempo a una amplificación de 90 dB. Lo peor
es que no hay manera de que baje el volumen porque dice que “a la gente le
gusta así”, ni siquiera a petición de quien lo contrata. Tenemos que ser más
rebeldes y resistirnos ante este abuso de poder: expresar que nos causa molestia
y
pedir que le bajen.
Imponer cualquier tipo de música a
través del volumen alto es una agresión, en el mejor de los casos psicológica y
en el peor fisiológica, pues puede llegar a eliminar las células auditivas de
la membrana timpánica. El otorrinolaringólogo Dr. José de Jesús Magaña Bravo
explicó, en entrevista para Alternativas, que las células
ciliadas al moverse convierten la energía mecánica de las ondas sonoras en impulsos
eléctricos que hacen que el sonido pueda ser procesado en el cerebro y estas
células se lesionan, incluso se destruyen, por mantenerse mucho tiempo
expuestas a un volumen mayor a 80 dB. La cantidad de tiempo depende de la
susceptibilidad de cada persona y de su estado de salud, porque las personas
que padecen diabetes o hipertensión, por ejemplo, pueden verse afectadas en
menor tiempo. Para tener una referencia de qué tanto es tantito en materia de
decibeles: 50 dB es la magnitud acústica de una conversación entre personas,
mientras que 110 dB lo es en un concierto de música rock o banda.
Debido a que el volumen excesivo contamina
el medio ambiente, violenta psicológicamente y puede producir fatiga acústica e
incluso llegar a causar la pérdida irreversible de la audición, la SEMARNAT ha
establecido en una Norma Oficial Mexicana que el número de decibeles permitidos
para la emisión de ruido en zona residencial es 55 dB, en una zona comercial es
de 68 dB y en un evento de entretenimiento masivo es de 100 dB y durante máximo
4 horas. ¿Te has fijado en cuántos decibeles pones tú la música?