Existe un movimiento
internacional llamado Slow, generalmente traducido al
castellano como Movimiento Lento, que pugna por desacelerar la vida, no por
hacerlo todo lentamente sino por realizar las cosas al ritmo que cada una
necesita, sin el agobio característico de la prisa contemporánea que produce
personas estresadas, enfermas e insatisfechas. La filosofía Slow nació en 1989
cuando Carlo Petrini, sociólogo piamontés, presentó un movimiento llamado Slow
Food que se rebelaba contra la cultura americana de la comida rápida
que priva a las personas de comer saludablemente, relajarse y de convivir con
los seres queridos, actividades que nos producen bienestar físico, emocional y
potencian nuestra supervivencia.
La filosofía Slow
saltó del tema de la comida a la moda, a la educación, al sexo, al arte, hasta producir
acreditaciones de ciudades ralentizadas “Cittaslow” en donde se procura que
los ciudadanos tengan horarios que les permitan cocinar y comer en familia, comprar
productos locales, tener actividades comunitarias y entornos propicios para la
felicidad y la autodeterminación.
El Movimiento Lento no
propone una vida aletargada, sino una actitud lenta ante el ritmo de la vida. “Lento”
no significa “despacio”, en esta filosofía “Lento” significa hacer
las cosas con serenidad, con el cuidado que cada cosa necesita, poder ser
receptivo y reflexivo ante la realidad, ser consciente de nuestras intuiciones,
poder tomar pausas y ser pacientes.
Carl Honoré, uno de los
principales expositores de la filosofía Slow escribió en su libro Elogio
a la Lentiud:
“Tentados y encandilados a cada momento, tratamos de amontonar tanto
consumo y tantas experiencias como nos sea posible (…)El resultado es una corrosiva
desconexión entre lo que queremos de la vida y lo que, de una manera realista,
podemos tener, lo cual alimenta la sensación de que nunca hay tiempo
suficiente”
Tomando como punto de
partida estas ideas me detengo a pensar en nuestra vivencia de la música. La
tecnología nos facilita el acceso a la música a mansalva, ya no dependemos de
que un ejecutante haga sonar su instrumento porque hay todo tipo de
dispositivos para sonorizarnos día y noche hasta dentro de una gruta. A través
de internet podemos escuchar casi todo lo que existe gratuitamente. Somos ricos
en música pero pobres en experiencias musicales. ¿De qué nos sirve tener
almacenados 100 Gb de arte sonoro si nunca lo escuchamos realmente?
Las personas creen que
la música es la banda sonora de la película que protagonizan y la ponen para
todo menos para gozarla intensamente. Acumulan canciones que francamente nunca
escuchan con atención porque la vida acelerada les impide serenarse, ser
receptivos a lo que están oyendo, reflexionar en ello y, menos aún, tener la
paciencia para dejar que termine una obra sin comenzar a hacer otra cosa
simultáneamente. Comprendo que acompañar el transporte, el ejercicio o el
quehacer cotidiano con música es cosa buenísima, pero eso no es una experiencia
musical, es tener un soundtrack estimulante.
Una experiencia musical
plena es un acto de consciencia, de unión con el universo hecho sonido y a la
vez de íntimo contacto con uno mismo. Transforma interiormente porque es una
especie de meditación sonora que nos permite vaciar la mente y tener una
vivencia plena en el aquí y el ahora del sonido. Una audición concentrada eleva
los niveles de dopamina y serotonina generando un efecto ansiolítico, por lo
tanto refuerza nuestra salud y bienestar.
También debemos reflexionar sobre una educación
musical Slow, donde los estudiantes avancen al ritmo que pueden,
disfrutando del estudio sin la presión excesiva de tener que alcanzar a
interpretar determinado repertorio en un semestre; cosa que se lograría si los
maestros pusieran objetivos adecuados al alumno que tienen en frente y no a los
planes de estudio dictados en una oficina que desconoce siquiera el rostro de
los destinatarios del programa académico.
Vivir la música
Slow no es oír un producto comercial de relajación, nada
tiene que ver con el número de golpes por minuto que tenga el pulso de las
obras, es una actitud concentrada,
serena, paciente, intuitiva, reflexiva y silenciosa que nos permite tener una
experiencia musical plena y gozosa.
[Versión original del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en la Revista Cultural Alternativas en el mes de Febrero de 2015]