“Eso de crecer es una pérdida de tiempo”
dijo Cri-Crí a un niño que ya quería ser adulto.
Cri-Crí es
un señor que una vez fue un grillo que vivía en campos y bosques tocando su
pequeño violín pero se volvió señor para quedar a salvo de escobazos, pisotones
y lluvias insecticidas. No era precisamente compositor ni cuentista,
era un creador de mundos contenidos en canciones de 3 minutos promedio. Dentro
de esos mundos habitaban personajes que curiosamente nos remiten a alguien muy
familiar, a ellos les suceden cosas que
también nos pasan a nosotros: a mí
también María me traía la leche muy caliente o muy fría; mi abuelita tenía un ropero
con retratos y yo me preguntaba porqué no tenía los dientes en la boca, sino en
un vaso dentro del baño.
Para narrarnos sus historias Cri-Crí
usó un lenguaje versátil, un vocabulario amplio, adaptado a la cultura del
mundo contenido dentro de cada canción y coherente con el ritmo de la música
que transportaba sus palabras. A través de un son, por ejemplo, nos cuenta la
historia de un negrito con cara angelical que
salió más deslenguado que un perico de arrabal. De todo hizo: tango,
vals, marcha militar, swing, folclor ruso… la lista de géneros que usó es
larga, era un músico fabuloso, en todos los sentidos de la palabra. Escucharlo
es la forma más alegre y sencilla de introducir a un niño a la cultura.
En la década de los cuarenta mis
abuelos ponían a mi padre a escucharlo frente a la radio todos los sábados cuando
transmitía en vivo desde la XEW; mi Papá me ponía de pequeña sus cuentos en
un disco LP que funcionaba con una aguja
que hacía que Cri-Crí repitiera extrañamente que el ratón vaquero sacó su
pisto, su pisto, su pisto y luego brincaba hasta la parte en que se quitaba el
sombrero; y hoy mis hijos, a través de internet ¡se quedan quietos! imaginando al caballo con un callo que al correr se le inflamó
y no puede llegar a comer su alfalfa fresca y verde como esmeralda.
Los personajes de Cri-Crí han atraído
a tantas generaciones porque son un compendio rítmico del imaginario popular. Con
una polca alemana nos retrata al tío de Hans, un
señor muy enojón que tiene al muchacho metido en una pieza estudiando la
física, la química y la historia natural. Usando una escala
pentatónica nos introduce a la China idealizada donde los chinitos
prenden farolitos, comen con palitos y tienen un mandarín con bigotes de
tallarín, un vestido rico, trenza y abanico y chinelas de Pekín. Para
usar ejemplos nacionales tenemos a la olla y el comal, que podían haber salido
en una película de la época de oro del cine mexicano discutiendo por el espacio
vital de la estufa: −es que estoy en el hervor de los
frijoles y ni ánimas que deje para asté todo el brasero,
dice la olla; a lo que le contesta
contundente el comal: –Cuando
cruja no arrempuje, con sus tiznes me ha estropeado ya de fijo la elegancia que
yo truje.
Cri-Crí nos recuerda que en la
infancia la realidad se contempla de manera diferente, más sensible a la
belleza de la vida, por ejemplo, cuando habla del comercio dice que es un juego
que se juega así: “dentro de la
tienda hay un largo mostrador detrás del cuál hay una señorita o un joven que
se pasan el día mirando a la calle; entran otras personas a cambiar dinero por
objetos poco interesantes que rara vez son dulces o juguetes. El que entró
vuelve a salir con su paquete y el vendedor guarda el dinero en un cajón ¿para
qué lo guarda? Con lo bonito que es arrojar las monedas al riachuelo para
verlas brillar en el fondo como peces redondos” Qué bien nos vendría
quitarnos un minuto al día los lentes de la adultez para contemplar la transformación
de las monedas en peces redondos.
La Feria del Libro de León tendrá un
espacio infantil con talleres y actividades dedicado a Cri-Crí, allí niños y adultos
podremos hacer un tour por esos mundos.