El duelo es un tránsito del
dolor a la paz, un acto de valentía en el que aceptamos tener conciencia de que
estamos perdiendo algo o a alguien valioso. La separación puede ser
instantánea, como la muerte repentina de un ser querido, pero la pérdida se
experimenta hora a hora, día tras día, incluso antes de que realmente suceda,
cuando la prevemos. Para mí la mejor forma de transitar el duelo
es recorrer ese camino con música.
Las personas sensibles a la
música somos contenidas por ella, sentimos que nos abraza con sonidos, nos
lleva a un lugar seguro en el que podemos dejarnos caer y desde el cuál nos
podemos levantar sin prisa, sin que nadie nos corretee, porque no hay pieza musical
que se angustie al vernos llorar. Será por eso que hay tantas obras escritas
alrededor del duelo.
El
típico género musical relacionado con la pérdida es la Misa de Réquiem,
comúnmente se le llama así a la musicalización de varias partes del ordinario
de la misa a la que se agrega una secuencia latina que comienza con la frase “Requiem
æternam dona eis…” que se usó desde la edad
media para las Misas de difuntos y que en el S. XXI, a veces por razones más
allá de lo religioso, se sigue componiendo. Existen ejemplos no sacros de
géneros luctuosos como las Elegías o las Piezas instrumentales a la memoria de.
En la música de concierto hay
varias obras compuestas por autores que estaban trascendiendo una pérdida a
través de la creación musical, como el Stabat
Mater de Antonín Dvořák
o el Requiem de Gabriel Fauré, por la muerte de sus hijos y la de sus padres,
respectivamente. Nosotros, los hijos del vecino, aunque no tengamos la
habilidad para transformar un duelo en una obra maestra, sí podemos servirnos
del arte sonoro para resolverlo.
Enuncio algunas obras
preciosas que pueden ser grandes compañeras cuando estamos elaborando un duelo,
cuando las palabras de consuelo estorban más de lo que ayudan porque lo que más
necesitamos es permitir que fluya la tristeza y no huir de ella. Aclaro que
estos ejemplos no necesariamente fueron compuestos como piezas fúnebres y que
tampoco les confiero poderes terapéuticos mágicos o efectos ansiolíticos. Son
simplemente buenas compañeras para la borrachera de esa agüita tan salada que rueda
mejilla abajo. Aquí va: de las misas de difuntos, además de la citada de Fauré,
el Réquiem que dedica Zbigniew Preisner a Krzysztof
Kieślowski. El Stabat Mater
y La Pasión de Nuestro Señor Jesucristo
Según San Juan de Arvo Pärt. El segundo movimiento, Largo, de la Novena
Sinfonía de Dvořák; Funeral Ikos de John Tavener y mi favorita: la Sinfonía No. 3 de Henryk Górecki. Creo que todas se pueden escuchar
de forma legal y gratuita por Internet.
Cada cambio interno, cada
ciclo que termina, cada distancia que separa, duele. El dolor es una
consecuencia natural, una manera de honrar aquello o aquellos que amamos y
perdimos. Lo mejor es darse permiso de sentirlo y acompañarlo con música, no
para evadirlo, para soportarlo.
[Versión original del artículo publicado en la Revista Cultural Alternativas]