Desearía
leer un libro de historia sobre el comportamiento social en los espectáculos
musicales. En la primera mitad del siglo XVIII, por ejemplo, a la ópera se iba
a muchas cosas: a comer, a ligar, a cerrar negocios, a sentar jerarquías, a
conspirar, a conversar… todo mientras transcurría el drama musicalizado. Las
personas asistían a varias funciones de una misma obra pero no ponían completa
atención a ninguna, cuentan las crónicas que los únicos momentos en los que el
teatro enmudecía era en las arias de los solistas principales, pero una vez
aplaudida la diva o el castrati todo el mundo volvía a lo suyo y dejaba de
escuchar.
En Nuevos
Ensayos sobre la comprensión musical, libro del filósofo Peter Kivy,
dice que una audición concentrada, en la que las personas guardaban silencio y
buscaban mantener su atención en la música se volvió un ejercicio social hacia
1790. El público generó entonces una “actitud estética” una búsqueda consciente
por apreciar la música al margen de todo interés, no sólo para obtener un gozo
estético sino para poder tener una comprensión crítica.
Esta actitud
estética se convirtió en el código normativo del comportamiento social en una
sala de conciertos, es el origen de que actualmente en los recintos en donde se
presenta una ópera, un concierto o recital de música clásica se guarde absoluto
silencio, se impida la entrada a la sala una vez comenzada a ejecutarse la obra,
se prohíba encender alarmas o celulares; y las personas repriman sus ganas de comentar,
tararear e incluso toser. En palabras simples: se guarde el mayor silencio
posible.
En el
imaginario libro que deseo leer sobre el comportamiento social en los conciertos,
con seguridad y tristeza estaría escrito en el último capítulo: “Es curioso como los padres meten a sus hijos
a clases de música, los apoyan entusiasmados para que aprendan a tocar el
violín, por ejemplo, pero el día que van a realizarse las audiciones de la
academia: llegan tarde, exigen con prepotencia que se les permita pasar aún
cuando el recital haya comenzado, se paran a tomar fotos tapando al público,
contestan el celular que previamente interrumpió con su timbre y dicen “sí, sí nos vemos. Luego
te llamo”; por si fuera poco una vez que su querubín terminó de interpretar “Chocolate dulce” salen de la sala sin
escuchar al resto de los ejecutantes nóveles produciendo más ruido aún”.
Todos
tenemos que saberlo: a un concierto se va a escuchar ¿Obviedad? ¡NO! Cada vez
que asisto a una representación musical constato que hay personas que no se dan
cuenta que todo ruido que producen es una deformación de la obra que se está
ejecutando. La música es sonido, si alguien habla, canta, entra o sale a destiempo
o permite que suene su celular está introduciendo sonidos que modifican la
audición de todos los demás. Para mí es el equivalente a poner unas pinceladas
extras en la obra plástica que está expuesta en un museo, solo los vándalos
hacen eso.
Los ritos
sociales en el palenque, en un concierto de rock en el estadio o en un teatro son diferentes, porque cada tipo
de música es diferente, puede o no estar
amplificada y tiene un grado de complejidad que hace necesaria mayor o menor
concentración para apreciarla cabalmente. Por
eso el comportamiento social ante la ejecución musical debe ser
diferente y adecuado a cada tipo de música y lugar.
[Versión original a la publicada en la Revista Cultural Alternativas