Casi todos llevamos una
estación de radio interna que involuntariamente se enciende y nos programa
música. Un estímulo presente puede detonar un recuerdo musical, por ejemplo, al
ver una foto en la que salimos con amigos de la infancia comenzamos a escuchar
una canción que muchas veces cantamos con ellos. Sin embargo, puede ser que de
pronto y sin buscarlo comencemos a escuchar por dentro, con los oídos de la
mente, la música más diversa. Esas piezas musicales son a la vez fragmentos de conciencia
que forman parte de nuestra integración con la realidad.
Una persona puede proponerse
recrear en la imaginación cualquier obra musical, incluso lograrlo con una
precisión e intensidad muy parecidas a la que experimentaría escuchando con los
oídos; pero se ha estudiado que la mayor parte de la música que nos programa esa
radio mental es involuntaria, no la controlamos ni invocamos a nuestro antojo. Oliver
Sacks en su libro Musicofilia: Relatos de la música y el cerebro describe éste
fenómeno como imaginería musical. Rebosé
de gozo cuando leí que hay científicos que lo han estudiado, descrito y llegado
a la misma conclusión que de manera intuitiva llegué yo: esa música siempre es
un comunicado de nuestro inconsciente. Un emisario musical que nos trae un
mensaje sobre nosotros mismos, sobre cómo nos sentimos ante un hecho o que nos
ayuda a completar nuestra percepción de la realidad.
El psicoanalista, melómano y
erudito en antropología y literatura Theodor Reik escribió: “Las melodías que
te rondan por la mente (…) podrían darle al analista una clave de la vida
secreta de las emociones que vive cada uno de nosotros (…) En este canto interior,
la voz de un yo desconocido trasmite no sólo estados de ánimo e impulsos
pasajeros, sino a veces un deseo reprimido o un anhelo (…) Sea cual sea el
mensaje que lleva, la música incidental que acompaña nuestro pensamiento
consciente nunca es accidental”.[1]
Tengo un millón de anécdotas
sobre mi imaginería musical involuntaria, más las que se acumulen esta semana, comparto
algunas: hace 16 años, cuando conocí la Pasión según San Mateo de Bach pasé
durante días escuchando una de sus arias en mi mente, una y otra vez;
finalmente compré el CD y al leer en el librito que acompaña el disco la
traducción del texto en alemán, idioma que desconozco, encontré que eso que
decía el aria describía un problema que yo no atinaba cómo resolver; ese
momento de conciencia desató un nudo en mi vida. Hace poco me despertó por la
noche una canción que sonaba repetidamente dentro de mi cabeza tan fuerte como
si un vecino imprudente hubiera puesto a tope su estéreo, la música no cesó de
repetirse, por más que lo deseé, hasta que la interrogué y encontré porqué mi
inconsciente me estaba dando semejante serenata, solo entonces pude volver a
dormir.
Escucho todo tipo de piezas:
obras de todas las épocas y todos los géneros, música instrumental o canciones,
que son los mensajes más fáciles de descifrar por que tienen un texto de donde
asirse, incluso piezas que detesto y que quisiera extirpar de mi cabeza
rápidamente. Ahora sé que cada obra que mi estación de radio interna me
programa no es fruto de la casualidad o de la inocente memoria; es un código
musical que al analizarlo ilumina un poco de mi inconsciente, es un excipiente
para el autoconocimiento. Seguramente para ti también, escúchate con atención.
[Versión original de la publicada en la Revista Cultural Alternativas]